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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 25 DE JULIO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

El juez de Murcia


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La semana pasada, y debido al hundimiento del “Don Pedro” en aguas ibicencas, recordaba yo cómo mucha gente gustaba de pasearse en pelota por ciertas playas de las Islas Pitiusas. Concretamente en la de Ses Salinas: un paraíso donde ponerse en cuero era la mejor manera de poder mimetizarse con él. Sin embargo, y dado que en 1971 estaba penado deambular desvestido por costas y dunas, las autoridades y los jueces tuvieron que hacer verdaderos malabares para cumplir con la ley y de paso no ahuyentar el turismo.

De modo que los guardias iban al lugar de los hechos, cuando lo creían conveniente, y tras detener a quienes les cogía más a mano, los llevaban a los juzgados, sitos en la calle Juan de Austria, donde eran multados y se les permitía volver a las andadas en cuanto abonaban lo estipulado. Acostumbrado a estas decisiones, llenas de sentido común en una España que trataba ya por todos los medios de quitarse de encima la obsesión sexual -a fuerza de castidad aparente, aunque teniendo embotada la mente de una orgía sexual sin solución de continuidad-, no pude por menos que alarmarme cuando leí que un juez había mandado detener a dos muchachas. A una por ir en top less; y a otra por imitar a la Eva más radiante del Paraíso terrenal.

El atropello se produjo en una playa del litoral gaditano, muy cerca de Chiclana de la Frontera, en 1989, cuando Fernando Ferrín Calamita ejercía como juez en esa localidad. Dicen que iba su señoría en chándal por las dunas de la costa atlántica, cuando se topó con las dos alegrías de la huerta. Dos chicas que debieron dañar gravemente sus ideales opudeístas y consiguieron sacarle de sus casillas.

Así, rugiendo de cólera, Fernando Ferrín las conminó a vestirse porque la desnudez de ambas lo ofendían como ciudadano y como juez. Pero hete aquí que el inquisidor, atiborrado de lecturas para conseguir el cielo, se encontró con lo que no esperaba: con dos mujeres dispuestas a defender sus derechos. Porque sabían que el gobernador civil había autorizado el top less.

Las chicas fueron detenidas y pasaron tres días en un calabozo. Eso sí, fueron absueltas del delito de escándalo por otro juez. Si bien nadie les pudo evitar el daño que les había causado un señor que parece anteponer a la hora de juzgar sus creencias religiosas y sus valores morales, a los dictados de las leyes.

De aquel hecho, que tanta resonancia tuvo, han transcurrido 18 años. Y el citado juez, ahora afincado en tierras murcianas, ha vuelto a dar pruebas evidentes de que todo lo que sea apartarse de lo que ordena la Biblia o José María Escrivá de Balaguer, en Camino, debe ser repudiado. Tal es así que le niega la custodia de su hija a una mujer por el mero hecho de haber sido adultera con otra mujer; no por el adulterio en sí.

No osaría yo meterme, bajo ningún concepto, a analizar la fundamentación de la sentencia. Hasta ahí no llega mi osadía. Pero no acabo de entender que el juez diga que le cedería la custodia de sus hijas a la mujer si ésta deja a su pareja. Con lo cual le está ordenando que le haga caso a su forma de pensar como ciudadano, olvidándose de que él, como juez, está sometido a unas reglas de juego que están estipuladas en la Constitución.

En suma: que la señora de Murcia, podrá disfrutar de sus hijas siempre y cuando no viva con su pareja actual. Ya que esa convivencia, de acuerdo a lo sentenciado por el magistrado, dañará el crecimiento normal de las niñas. O sea, que regresamos a los tiempos de Maricastaña: la homosexualidad es una aberración que quizá ofende como ciudadano y como juez a un señor de Murcia que en cuanto se sale de la postura del misionero se sobrecoge y se flagela. Creo que necesita atención psicológica.
 

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