Después de tres días subiendo
montes y cruzando valles, bajo la sombra de bosques frescos
de ribera y a la vera de venerables castaños, alcanzamos
nuestro destino: un refugio de montaña a 600 metros de
altura en el que ahora, al fin, las comunicaciones parecen
funcionar razonablemente. Tengo que confesarles que mis
últimas tres columnas han sido de archivo, escritas una
detrás de otra y remitidas a la vez. El saltar de mata en
mata es lo que tiene. Tras ponerme al día en la red y hacer
las llamadas de rigor, me levanto con la noticia de la
muerte del señor Polanco, “Jesús del Gran Poder”, ambicioso
y avispado empresario sin mayores escrúpulos que medró
primero a la sombra del franquismo, no tuvo escrúpulos para
más adelante y tras el oportuno cambio de chaqueta subirse
al carro del felipismo y hacerse al final con el control,
por medio de otro adicto al “Movimiento Nacional”
políticamente reconvertido, J.L. Cebrián, del durante muchos
años influyente buque insignia del periodismo español: el
diario “El País”. Es posible que la muerte del señor Polanco
abra posibilidades en el campo de los medios de comunicación
españoles, aunque todavía es pronto para evaluarlo. No me lo
digan, ya sé que el hombre ha muerto y podía tener el
detalle de escribir líneas más amables, pero odio la
hipocresía.
En el campo de la seguridad el terrorismo ha vuelto ha
convertirse según el último barómetro del CIS en la
principal preocupación de los ciudadanos, pues una inmensa
mayoría de los españoles intuyen que estamos sometidos a una
amenaza terrorista doble: ETA por un lado y la alargada
sombra de “Al-Qaïda” y su holding franquiciado, por otro.
Una peste con la que, sin perder los nervios, tenemos que
acostumbrarnos a convivir, dando por hecho que pese a los
desvelos de las fuerzas de seguridad un atentado siempre es
posible. Lo advertía el 18 de julio el imám del “Centro
Cultural Islámico” de Madrid, Monair Mahmoud Ali El Messery:
muchos de los menores inmigrantes no acompañados que,
procedentes de Marruecos, han logrado entrar en España,
pueden convertirse (son sus palabras) en una “bomba lista
para explotar en cualquier sitio”. Lo dejo caer así, sobre
la marcha, pero entiendo que es un problema para tomar nota
y agilizar la repatriación de los mismos. Mientras escribo
estas líneas, recreando la vista sobre un paisaje vestido de
verde y con la lluvia, fina e intermitente, golpeando
rítmicamente el tejado de pizarra, al otro extremo del
Mediterráneo, en Turquía, una marea humana de 42,5 millones
de personas (sobre un total de 71,8 millones) elegirá a lo
largo de hoy un nuevo Parlamento en unas anticipadas
elecciones convocadas por el primer ministro, el islamista
Recep Tayyip Erdogan, a raíz de la crisis política que vive
el país desencadenada por el cuestionado nombramiento del
presidente de la República. Todas las encuestas (lo mismo
que en Marruecos) dan como favorito con una clara mayoría al
AKP de Erdogan (“Partido de la Justicia y el Desarrollo”, de
igual nombre que su homónimo marroquí), que hubo de
enfrentarse a mediados del pasado mes de mayo a una masiva
manifestación en Esmirna (la tercera ciudad del país) de
cientos de miles de ciudadanos, saldada con un muerto y
catorce heridos, en abierta protesta contra la política
gubernamental al entender que la misma vulneraba y atacaba
los principios del “laicismo kemalista”, vigentes en la
República de Turquía. Un clarinazo de aviso. Intuyo,
protocolo a un lado, que el asunto de la “islamización
social” y la incorporación a la Unión Europea serían, entre
otros, algunos de los interesantes temas que el sagaz y
prudente secretario general del PJD marroquí, el doctor Saâd
El Othmani, abordaría como invitado de honor durante la cena
con la que fue agasajado, el pasado 4 de julio, en el
domicilio del embajador turco en Madrid, Ender Arat.
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