Vayamos al grano. Si aceptamos, en
el juego político, la existencia de partidos
demócrata-cristianos, ¿por qué no aceptar en el ruedo la
participación de partidos islamistas…?. Me dirán que no es
lo mismo y tienen razón: en el segundo caso falta el
marchamo “demócrata” y en la mayoría de los casos el firme
reconocimiento de las reglas del juego pero, si así fuera,
¿habría algún impedimento?. Claro que debemos abordar dos
escenarios: el occidental y el de los países musulmanes.
Centrémonos por ahora en los segundos. Mi idea es darle un
repaso a tres casos diferentes, relativamente cercanos:
Argelia, Turquía y Marruecos, por este orden, pues además de
constituir sugerentes experiencias hay un marco referencial
que guarda ciertas similitudes, quizás la más acusada la
existencia de potentes Fuerzas Armadas en cada país,
vertebradoras por lo demás del Estado y la sociedad y
garantes en último término de la convivencia nacional.
La ilegalización del FIS tras su victoria electoral en
Argelia en la década de los noventa y la toma del control
por parte del Ejército (con los consiguientes excesos, justo
es señalarlo), no fue sino una respuesta adelantada a los
planes extremistas del “Frente Islámico de Salvación”, para
los que la participación electoral solo era una táctica. Al
igual que el nazismo en Alemania (Hitler llegó al poder tras
ganar unas elecciones en 1.933), había indicios suficientes
de que, en caso de acceder al poder, los barbudos radicales
darían un golpe de Estado. Por otro lado los militares
argelinos tenían muy presente la caída del régimen del Shá y
la sangrienta implantación, por el iluminado y fanático
Jomeini (al que Europa, Francia en este caso, le había
concedido asilo político) de una cruel dictadura, la
República Islámica de Irán, en la que durante los primeros
años fueron pasados por las armas ochocientos militares de
alta graduación. Por lo demás, el extremismo religioso del
FIS fue el caldo de cultivo del terrorismo islamista en
Argelia y el Maghreb. Turquía, el gigante euroasiático, vive
hoy domingo unas elecciones legislativas anticipadas en un
clima tal de inestabilidad en el que no sería extraño un
atentado terrorista de gran magnitud. Con los islamistas (PJD)
de Erdogan en el gobierno, gran parte de la sociedad civil
turca ya se ha manifestado en contra de la “islamización”
del país por la vía democrática y en defensa del laicismo “kemalista”,
a la vez que militares en activo y en la reserva han hecho
pública la “Declaración del 27 de abril”, en la que se
oponen a que la Presidencia del país fuera también ocupada
por un islamista, mientras el Estado Mayor del Ejército (en
una demostración de legitimidad y fuerza) despliega unos
140.000 efectivos en la frontera con Irak sin el visto bueno
gubernamental.
Finalmente el Reino de Marruecos se apresta, el próximo 7 de
septiembre, a unas cruciales elecciones en las que parte
como favorito, si bien con las alas recortadas, el Partido
de la Justicia y el Desarrollo (de siglas similares a su
homónimo turco, el PJD) liderado por el doctor Saâd El
Othmani, un médico de talante recto y conciliador,
firmemente comprometido con un Marruecos en el que la
cultura democrática se percibe cada vez más como un valor
irrenunciable. El mismo PJD ha asumido expresamente el juego
democrático y la asunción de la alternancia política, por lo
que a mi parecer carece en principio de fundamento cualquier
análisis que perciba un “golpe islamista” por parte de la
formación de “referencia islámica” del doctor Othmani, si
bien es cierto que existe en su interior un “ala dura”,
fundamentalista, encarnada entre otros por el histórico
Mustafá Ramid y, en Tetuán, Amín Boujoubza. El PJD tiene muy
claras las “líneas rojas” que no puede traspasar, habiendo
tomado buena nota tanto de la experiencia del FIS argelino
como de los islamistas políticos de Erdogan en Turquía, que
ni siquiera han llegado a impugnar (solo ralentizaron) las
relaciones y maniobras conjuntas entre el disciplinado
Ejército turco y el “Tsahal”, las Fuerzas de Defensa de
Israel.
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