En el suelo hay un rollo de papel de aproximadamente tres
metros, un cubo de agua, cuatro platos de plástico, otros
tantos botes de témpera de diferentes colores (menos blanco)
y 13 pelotas de ping-pong. Violeta Gómez- Barceló extiende
el lienzo sobre el suelo del patio de armas de las Murallas
Reales y trece niños se lanzan a tirar las bolas impregnadas
en pintura sobre él. Después de quince minutos, el papel es
un espectáculo de manchones.“Ya tiene utilidad. Servirá de
fondo para la exposición, quedará muy colorido”, arranca la
monitora de los cerca de veinte jóvenes de 8 a 14 años que
participan en el taller de pintura ‘El arte es un juego’.
Hasta primeros de julio, cuando empezó el curso, los niños
no sabían quiénes eran los fundadores de la Escuela de
Tetuán y tampoco les decía nada el nombre de Gabriel Alonso,
pero aún así han dedicado ocho horas a la semana, en la sala
del fondo del museo a reproducir algunas de las obras que
integran las exposiciones temporales de estos artistas.
Para ello, han tocado todos los palos: cera blanda, tiza
sobre lija, texturas de papel de periódico con hilos y
lanas, acrílicos más y menos profesionales y ahora la
témpera. “Hay niños que han pintado hasta cuatro cuadros en
tres semanas, otros uno. No se trata de perfeccionismo, es
más el ritmo de cada uno”, apunta Gómez- Barceló. Esta
dibujante de piezas arqueológicas metida a monitora dice que
es la primera vez que trabaja con niños. “Había dado clases
de artes plásticas, pero siempre a adultos. Aún así, la
experiencia me ha gustado”, reconoce.
No fue ella la impulsora de la actividad. La responsable de
Museos de la Ciudad, Ana Lería, la convenció para sumergirse
en este proyecto que terminará la próxima semana y que se
materializará en una exposición de todos los cuadros que han
interpretado los niños. Y es que el plan pinta más ambicioso
aún y para dinamizar el museo, se quiere ofrecer clases de
pintura todos los sábados. Para los jóvenes, que en su
mayoría tienen entre 8 y 10 años, es una buena noticia.
“Nunca había hecho algo así y me ha gustado mucho. En
invierno me apuntaré a algún curso”, asegura Helena.
Para Dalila no es la primera vez, de hecho también quería
apuntarse al taller de fotografía digital, y cree que es una
actividad “muy entretenida”. Algo similar sucede con Ángela
que también suele pintar. “En mi casa, me gusta la témpera,
me resulta divertido”. Esa es la palabra que todos los
alumnos del curso repiten sin cesar: ‘diversión’. “Todos
dicen lo mismo. Es verdad, están pasándolo bien, incluso hay
un par de ellos que apuntan maneras en el mundo de la
pintura”, añade Gómez-Barceló.
El taller no empieza sin música de fondo. Hay un carro de
supermercado donde guardan todas las cosas: botes, folletos,
pinceles, todo. “Han entendido que hace falta un orden para
trabajar”, explica su maestra. Cada niño se enfrenta a su
lienzo durante algo más de una hora. Hasta la semana pasada,
cuando acabó la exposición de la Escuela de Tetuán, se
dedicaron a interpretar los cuadros de Ahmed Amrani, Romain
Ataallah, Saâd Ben Cheffaj y Meki Megara. Hasta el próximo
jueves, el turno será del pintor ceutí Gabriel Alonso.
Percibir el arte
La estrategia creativa de pintar lo más parecido posible a
la obra no es el sistema que emplea Violeta Gómez-Barceló.
“Pueden pintar los cuadros iguales o completamente
diferentes. Se trata de que recreen lo que les transmita, no
sólo lo que vean”, explica. La clase de ayer fue una sesión
de manchas. El peligro de las pelotas de ping-pong volando
entre los niños hizo mella en sus ropas. No obstante, ya
estaban advertidos: “¿Os acordáis? La mancha no sale”,
recordó la monitora. Melenas, caras, camisetas,
pantalones..., todos los jóvenes alumnos eran un cuadro en
si mismos. Un festival de color fruto de una batalla de
bolas contra el lienzo. “Esto es el arte más grande, lo que
está aquí”, cierra Gómez-Barceló mirando a sus alumnos.
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