La ciudadanía de Occidente,
comprometida con los valores de la libertad y la tolerancia
o, si lo prefieren, el popular “vive y deja vivir”, está
empezando a reaccionar pese a la anestesia mediática contra
lo que intuye es una amenaza para su estilo de vida y lo voy
a resumir en cinco letras: Islam. Particularmente las
corrientes del mismo que, abusando a partes iguales de
nuestra tolerancia y de nuestra estupidez, van extendiéndose
como una mancha de aceite, conquistando terreno y
propiciando la imposibilidad de una marcha atrás. El
resultado, a corto plazo, será la inevitable asunción de
medidas draconianas y la expulsión de miles de personas que
representan un peligro potencial para la estabilidad social
y la convivencia, como ya ha anunciado en Francia el
presidente Sarkozy. Ceuta, ciudad querida, es un buen
ejemplo: si las autoridades, aquí y en Madrid, hubieran
hecho su labor no tendríamos que enfrentarnos a lo que, poco
a poco, se nos va echando encima y que propiciará en no
muchos años una situación peculiar: la existencia en el
norte de Africa de una ciudad, nominalmente española, pero
islamizada y en la que, por tanto, me gustaría saber que va
a pasar con la aplicación de los valores contenidos en
nuestra Carta Magna. Porque, voy a decirlo, Islam y
Constitución son incompatibles: como el agua y el aceite.
Tiempo habrá de ir llamando a las cosas por su nombre, pero
empecemos por una práctica religiosa que poco tiene de
inocua: el velo islámico y sobre todo algunas “modas”, como
el “nikab” (solo deja ver los ojos) o el “burka” (tapa
completamente la cara) talibán. Porque el velo -y voy a
darle vuelta a una frase de las últimas elecciones en Ceuta-
sí que es un problema. Naturalmente que por la calle cada
uno -o una en este caso- puede ir ataviada como quiera,
faltaría más, al menos hasta cierto punto como veremos más
adelante. Personalmente no tengo absolutamente ningún
problema en que la mujer musulmana, jóven o adulta, que
libremente lo decida pueda pasear con su pañuelo a la
cabeza. Pero no estamos hablando de ello. Ni tampoco del
colegio, porque en Ceuta “los otros” (o sea, los cristianos
que aun controlan -no por muchos años- la ciudad) también se
lucen. Me refiero a llevar la cara casi o completamente
tapada, impidiendo en la práctica una identificación de la
persona. ¿Quién se oculta?: ¿una mujer particularmente
devota, un delincuente, un terrorista…?. El caso es también
preocupante a la hora de obtener el DNI o el NIE (documento
de identificación para extranjeros), pues desde 2006 en
España es posible hacerse la foto con el velo tradicional
musulmán, vulnerando a mi juicio la legislación vigente. Con
los tiempos que corren la seguridad es prioritaria, estando
solo limitada por los derechos y libertades fundamentales de
la persona. Entiendo que la obtención del DNI no es algo
banal y, además, son nuestras normas: al que no le guste que
se marche a su país de procedencia. Ya está bien de burlas y
recochineos.
El primer paso en Ceuta sería aprobar una ordenanza
municipal que prohíba a quien fuere ir por la calle con la
cara absolutamente tapada. Y si la Asamblea -por desidia,
ignorancia o cobardía- no toma esta resolución, habrá que
pasar a la iniciativa. ¿Cómo?. Se me ocurren al menos dos
medidas: desde impulsar una recogida de firmas a denunciar
sobre la marcha: en Marruecos, la policía llegó a
desenmascarar a varios terroristas… convenientemente tapados
y disfrazados de mujeres. Quizás, como siempre, estas líneas
no sean políticamente correctas. Pero hay que abrir un
debate social y por algún lado hay que empezar. Nos va en
ello muchas cosas.
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