El Partido Popular de Ceuta ha
superado en los últimos años dos crisis que a punto
estuvieron de impedirle gozar del momento estelar que no
deja de vivir. La primera, sin duda, fue cuando lo del GIL:
un problema creado desde el seno del partido y que hizo
posible la llegada de aquellos aventureros marbellíes, que
bien pudieron hacer de Ceuta el mayo patio de Monipodio de
la España actual.
Da miedo pensar los desmanes que podrían haber perpetrado
los enviados de Jesús Gil en esta tierra si no se
hubiera procedido a desalojarlos. Desalojo del que se
ufanaba días atrás Luis Vicente Moro. Y si es así, o
sea, como él lo recordaba en momentos tan difíciles, seguro
que es lo único que habría que agradecerle de su paso por la
Delegación del Gobierno.
La segunda situación delicada de los populares ceutíes,
comenzó con las elecciones a la presidencia del partido. La
lucha encarnizada entre Pedro Gordillo y Emilio
Carreira estuvo en un tris de llevarse por delante todo
el crédito que la figura de Juan Vivas había ido
ganando para la causa. No me cabe la menor duda, pues, que
de no haber estado éste dirigiendo los destinos de la
Ciudad, el PP se habría roto por los cuatro costados.
Pero los populares tuvieron la suerte de contar con alguien
que tiene un enorme gancho entre sus paisanos. Un presidente
que, incluso con el mínimo esfuerzo, es capaz de mantener
siempre el tirón que ejerce en la calle. En realidad, aquí
podríamos recurrir al refrán de que una buena capa todo lo
tapa.
Todo lo contrario ha venido ocurriendo en el Partido
Socialista de Ceuta. Un partido que ha estado dando
barquinazos desde los tiempos de Maricastaña. Su crisis, la
de los socialistas residentes en la calle de Daoíz -con
acento en la i-, no ha sido nunca atajada. Tal vez porque
los socialistas jamás poseyeron un líder alrededor del cual
construir un partido fuerte y cohesionado en todos los
sentidos. Y, por supuesto, que ese hecho se hubiera
reflejado en las urnas. Es verdad que la mala suerte les ha
perseguido desde que Francisco Fraiz, con cierto
atractivo electoral, pusiera la primera piedra del derrumbe
del socialismo ceutí. Y es que Fraiz, con todos los defectos
de la nueva clase media surgida en la España de los mejores
tiempos del franquismo, tiraba por tierra cuanto conseguía
nada más sentarse en la poltrona del poder.
De aquella década de los 80, cuando los socialistas imponían
en España el baile por sevillanas y González y Guerra eran
imitados hasta la náusea, es Juan José León Molina uno de
los pocos militantes, si no el único, que ostenta cargo en
esta ciudad, cuando los suyos gobiernan a escala nacional.
Juan José León Molina nunca tuvo en el partido la fuerza
reconocida en su momento a Francisco Fraiz o a María del
Carmen Cerdeira, por poner un ejemplo. A pesar de que
fue senador. Aunque ha sabido resistir todos los embates
contra el partido, interiores y exteriores, y nunca le dio
por aburrirse. Lo cual creo que ha sido su mejor virtud.
Del actual presidente del Partido Socialista de Ceuta se
puede decir que siempre deseó convertirse en delegado del
Gobierno de su pueblo. Una aspiración legítima que jamás fue
tenida en cuenta por quienes pudieron satisfacer sus enormes
deseos. Una frustración permanente de nuestro hombre. Por
más que él la haya negado a cada paso. No obstante, lo que
no entiendo es que, después de tanto años aposentado en la
sede, León Molina se haya dejado ganar la partida por
Enrique Moya. Una persona cuyas maneras podrán gustarle
a la indecible Carmen Hermosín. Pero que apenas si
tiene un mínimo de atractivo para que los socialistas
levanten el vuelo. Y todo por salir en la foto.
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