Cada día tenemos ocasión de ver en la prensa diaria alguna
noticia que hace referencia a nuestra nueva generación de
jóvenes. Unas veces se habla de los okupas, personas
desarraigadas, desengañadas de la sociedad, que optan por el
camino de en medio y no les importa apoderarse de lo ajeno,
en virtud de un simple razonamiento mental: “esto lo
necesito, por tanto, no me importa a quien pertenece, ni el
trabajo que le ha costado conseguirlo; me lo quedo”. Es
evidente que a la Administración le resulta más cómodo,
menos incordiante y, por supuesto, menos costoso dejar que
los jóvenes se apropien de las viviendas de los ciudadanos
que encargarse de buscar un lugar donde instalarlos para
intentar rehabilitarlos. ¡Qué se crean guetos infectos, qué
se forman bandas de delincuentes, qué se constituyen en
lupanares y qué son nidos de drogadicción!, no importa,
porque el meterse con ellos implica un desgaste político y,
además, gozan del apoyo de las izquierdas y los antisistema,
con los que es mejor estar a bien.
Pero, ¿y los jueces? Líbrenos Dios de caer en sus garras
porque, suerte tendrá el infeliz que acuda en busca de su
amparo, si sale con bien del intento. Primero deberá
demostrar hasta la saciedad que es el propietario del
inmueble; después deberá probar que no ha consentido que su
propiedad haya sido utilizada por los advenedizos, luego
deberá esperar a que el juez decida (en lo que nunca suelen
ser expeditos), y, por fin, cuando ya le haya crecido la
barba, si tiene suerte de que no le haya tocado un juez
“progre”, tendrá su sentencia favorable. Pero ahora se
encontrará con que los ocupantes no están dispuestos a
acatar la ley y se aferran, como la resina al pino, a lo que
ellos consideran su propiedad y sus derechos de estancia.
Para mayor INRI es probable que se tenga que enfrentar a la
animosidad de los vecinos del barrio que, azuzados por los
izquierdosos y politicastros encargados de calentar el
cotarro, sacarán a relucir toda la demagogia de la que sean
capaces para poner de chupa de dómine al infeliz dueño legal
de la vivienda, tachándole de todo menos de santo. En este
punto es cuando debería intervenir la autoridad judicial,
con el apoyo de la policía, para hacer que se cumpla la
sentencia. ¡Qué te crees tú eso! Un desahucio, todo el mundo
lo sabe, es un marrón como la copa de un pino. La autoridad
competente les teme más que a un huracán y siempre encuentra
algún medio para procurar retrasar el evento. Cuando, por
fin, se decide empiezan las pegas: que si hay niños pequeños
que se quedan sin lugar donde guarecerse; que si hay una
joven embarazada a apunto de dar a luz; que, ¿no ha visto
usted, hijo de mi alma, aquella pobre pareja de drogatas que
se está muriendo? O sea que, por fas o por nefas, no hay
quien ponga orden en aquel caos y nadie se atreve a dar el
primer paso, consciente de que al menor fallo, a la menor
lesión o a la menor imprudencia le cae el pelo y se puede
ganar una suspensión de empleo si es que no lo expulsan del
cuerpo. En definitiva, más vale que se resigne y de el caso
por perdido. ¿Qué exagero? Pues vaya usted mismo y
compruébelo, si quiere.
Por otro lado, cada día más, conocemos casos de mujeres,
apenas niñas, que deben cargar con las consecuencias de un
uso inadecuado y prematuro del sexo. En la pubertad los
jóvenes pasan, según nos explican los sociólogos y los
sicólogos, por un período de inseguridad y desazón. Se hacen
preguntas a las que, en muchas ocasiones, no hallan
respuestas satisfactorias, lo que les hunde todavía más en
la perplejidad y desasosiego. Esto quiere decir que las
edades del desarrollo físico y mental deberían haber
evolucionado al mismo nivel, para que la información que se
le proporciona a un ser con un cuerpo adulto coincidiera con
el desarrollo mental adecuado para absorberla, comprenderla
y sacar las consecuencias correctas.
De todo ello podemos deducir que, si damos información
sexual a mentes no suficientemente desarrolladas para
hacerse cargo de la complejidad del tema; nos expondremos a
despertar en los receptores apetitos, curiosidades y
tendencias que no se corresponden con sus edades mentales ni
con sus capacidades de razocinio. Será entonces cuando se
pueda producir un desfase peligroso que puede conducir a
estos chicos y chicas a cometer errores que, más tarde,
pueden influir muy negativamente en sus vidas. Aquí nos
referimos tanto a homosexualidad como a heterosexualidad.
Datos proporcionados por el CIS indican que entre los años
1991 y el 2001 la cifra de abortos, entre las adolescentes,
se duplicaron, pasando de 5441, en el primer año citado, a
9918 en el último. Es decir se multiplicaron por 1’82, que
resulta ser la cifra mayor entre todos los tramos de edad.
La cifra absoluta subió de 41910 a 69857. ¡Una verdadera
matanza de seres indefensos! Matanza que se hubiera podido
evitar si sus madres hubieran recibido apoyo y ayuda de las
Instituciones. Es obvio, que ante estas cifras, nos podamos
preguntar si el resultado de un precoz descubrimiento de la
sexualidad y una equivocada libertad sexual, favorecida por
una sociedad permisiva, una enseñanza precoz y la
propaganda de los medios apoyando un sexo libre –aparte de
la consideración que nos pueda merecer a cada uno, desde el
punto de vista moral y ético – no sea la causa de que unos
jóvenes, faltos de una madurez que les ayude a controlarse e
impulsados por la natural fogosidad de la juventud, cometan
errores. La respuesta es obvia y los resultados la avalan:
la mayoría de ellos no son capaces de prever las
consecuencias de sus actos, hasta el punto de que se olvidan
de usar las precauciones más elementales (se ha demostrado
que pocos usan el preservativo) y esta circunstancia da
lugar a que, a menudo, se produzcan consecuencias no
deseadas.
Deberíamos pedirles cuentas de todo ello a aquellos que
vienen propugnando, desde distintos ámbitos de la sociedad
civil y desde la propia Administración del Estado – de los
que tanto han criticado la “moralina” de la Iglesia católica
y han apoyado la potestad ilimitada de la mujer para decidir
lo que hacer con su cuerpo – la enseñanza de la sexualidad
desde la infancia, convirtiendo el tema sexual en algo
trivial que debe conocerse cuanto antes mejor. No han tenido
en cuenta que hay edades en las que se absorben con mucha
facilidad las enseñanzas que se les proporciona, pero no
tanto las consecuencias de un uso equivocado de aquello en
lo que se les adoctrina. Es de suponer, visto lo visto, que
este estudio no debe preocupar demasiado a los defensores de
los derechos humanos que tanto se preocuparon de la salud
del etarra De Juana Chaos, cuando estaba en huelga de
hambre; y, sin embargo, tan poco les preocupa el asesinato
de miles de fetos humanos. Supongo que si sus padres
hubieran pensado igual cuando los coincibieron nos
hubiéramos ahorrado ahora el tener que comentar este drama.
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