Moderado júbilo y albricias en las
filas peperas por la captación de Costa, discípulo amadísimo
de Rodrigo Rato, para incorporarse como peso pesado en el
partido. Le avala un impecable historial como técnico y
notorios conocimientos económicos por su paso por Hacienda.
Pero es más de lo mismo. Otro privilegiado, de rancia
estirpe, para sumarse a la dirección, con inmensos
conocimientos financieros, pero no es eso. Por mucho que
este atractivo y refinado Costa llegue con el impagable aval
de Rato, también perteneciente a una familia de la
oligarquía.
No entiendo, en mis muchas limitaciones y pese a disfrutar
de una inteligencia diáfana y superficial, no comprendo los
procelosos mundos de la financiación de las Autonomías. Tan
solo sé de ellas que son excesivamente caras de mantener y
que hay demasiados funcionarios y demasiados políticos. Con
el inteligente Costa, que viene de la elitista Universidad
de Navarra, que es lo mejor de España e infinitamente
superior a todas las privadas, me pasa, que, como pueblo
llano, sangre de la sangre de la gente sencilla, con Costa
me sucede que no conecto. Porque no tenemos absolutamente
nada en común. Y al igual que esta abogado y periodista, que
de pasar fatiguitas, perdió la vista, deben de ser millones
los españoles que nada tienen en común con los señoritos.
Porque viven de puta pena y tienen problemas agobiantes, no
para mandar a sus chavales a Navarra, eso es un sueño, sino
para comprarle los libros de texto y tienen que mendigar una
beca. Y no porque sean pobres, es decir, desfavorecidos, que
viene a ser como que, al Sistema, no le sale de los cojones
hacerles favor alguno de ningún tipo, sino porque, a la
inmensa clase media, ni nos llega ni nos alcanza y lo poco
que rascamos es para que se lo coman los buitres de la banca
privada en hipotecas usureras.
¿Qué podemos contarle al Delfín de Rato, del mundo
auténtico? Nada. Porque ni le roza ni le alcanza. No es un
chusquero de la vida que haya tenido que ascender
agarrándose con uñas y dientes y me consta que deben existir
realidades que le importan un carajo.
Como el inmenso espejismo que es la Constitución, vergeles y
palmeras en el oasis idílico de la pretendida democracia,
que se lo digan y se lo cuenten a los amparados por el (todo
con minúscula) principio de presunción de inocencia es
decir, a todos los detenidos que penan en calabozos
inmundos, son esposados con rudeza, zarandeados en la tumba
de lata de un asfixiante furgón de conducciones y que, más
tarde, tienen que partirse el culo para demostrar que no son
culpables. Es decir que, para ser verdad, la Constitución
habría de consagrar el Principio de Presunción de
Culpabilidad. Porque todos sabemos que, en España, cualquier
acusación policial, significa que somos culpables hasta que
logremos mostrar y demostrar lo contrario. ¿Se trata a los
detenidos como a dignísimos ciudadanos inocentes? ¡Amos
anden! ¿Pueden los arrestados las setenta y dos horas
beberse un cafelito caliente para consolarse el estómago?
¿Qué dicen? ¿Qué se beban los orines? Cuidadito, porque
ustedes pueden ser los próximos acusados de cualquier cosa
¿Qué de que? Pues de lo que le salga de la punta de la
pichurra a quienes dirigen el cotarro y luego mueven el culo
y desmontan la acusación, dejándose en ello la vida y una
pasta en abogados. ¿Qué puedo contarle a Costa? ¿Qué en mi
barriada hay viudas con pensiones de trescientos euros que
pasan hambre? ¿Qué los jóvenes no se emancipan porque el
sueldecillo no les da para vivir y si se casan no pueden
permitirse el lujo de mantener a un par de hijos?. Costa.
Tan elegante y atractivo que se me antoja casi irreal. Como
un principito: El Delfín de Rato. ¿Cómo vamos a hablar con
él de nuestras pequeñas miserias y grandes esperanzas, de
las zozobras cotidianas y la pena de decirle a los hijos “no
podemos”?No. No puedo hablar con él de lo auténtico. No
hablamos el mismo idioma.
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