Cuando José Luis Rodríguez
Zapatero anunció su visita a Ceuta, en noviembre de
2005, durante el Debate del estado de las Autonomías, se
supo que lo haría acompañado de algunos ministros. Y fue
Jesús Caldera Sánchez-Capitán, ministro de Trabajo y
Asuntos Sociales, el nombre que más sonó para formar parte
de la comitiva presidencial. Y, claro, me hice ciertas
ilusiones de hablar con él no por ser ministro sino porque
Jesús Caldera fue nacido en Béjar: ese pueblo salmantino, el
más sureño de los pueblos del Viejo Reino de León, emplazado
en las faldas de una sierra que lleva su nombre.
Así que lo primero que hice fue moverme entre bastidores
para conseguir que el ministro se dignara concederme una
entrevista y aprovecharla para, de paso, poder charlar con
él acerca de los muchos recuerdos que yo conservo de su
pueblo. Un pueblo en el cual estuve cuando Caldera tenía
tres años.
Era Béjar, entonces, una ciudad donde varias empresas
textiles fabricaban un tejido llamado rayón y que se vendía
muy bien en el mercado. Los bejaranos disfrutaban de un
nivel de vida más que aceptable y de las alegrías que los
muchos estudiantes de una escuela de perítos industriales
proporcionaban.
Apenas hacía unos meses que los llamados “felices años 60”
habían comenzado y el hotel Colón era el centro de todos los
acontecimientos de un pueblo en el cual los ricos, pocos y
pertenecientes al negocio textil, ganaban mucha pasta y
transitaban la calle como emperadores.
Todavía creo ver cómo aquellos señoritos salmantinos salían
por la tarde camino de Madrid, en sus coches americanos, y
volvían muy de madrugada mamados y hartos de dejarse adular
por las señoritas de alterne de un Pasapoga que estaba en
pleno apogeo. Incluso, antes de irse a dormir la borrachera
de su última imbecilidad, alardeaban en la plaza principal
de disparar al aire balas de pistolas autorizadas para
caciques.
Si bien los mejores momentos que pasé en el pueblo del
ministro Caldera fueron, sin duda, mis idas a Candelario,
atravesando el Castañar. Un paraje que me aportaba la
tranquilidad suficiente para cumplir con mi cometido como
futbolista en aquella Sociedad Deportiva Béjar compuesta por
jugadores como Morollón, Alberto, Cela,
Ciruelo, Saracibar, Ben Alí,
etc.
En ocasiones, en esa excursión casi diaria, me acompañaba el
dueño de la pensión en la que yo me alojaba: Julio Valle;
un falangista convencido y que sufría lo indecible al ver de
qué manera gran parte de la Falange se había apartado del
buen camino por culpa de los beneficios que le producía el
poder acceder a los cambalaches del estraperlo.
Ya destacaba, en aquel tiempo, en el pueblo de nuestro
ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, la figura de un
adolescente que pronto iba a convertirse en un futbolista de
leyenda: Luciano Sánchez, Vavá. De quien podría
contar anécdotas tan distintas como sabrosas. Y, desde
luego, ya había nacido en Béjar el hombre que nunca se ha
cansado de decir que es de izquierda desde que era joven; de
algo menos joven y de maduro. Y ha asegurado que se morirá
siéndolo. Y será así, según asegura nuestro ilustre
visitante de hoy, Jesús Caldera, “porque el corazón tiene
que estar con los valores y los valores están en la
izquierda”.
Dado que el ministro no pudo acompañar al presidente del
Gobierno en su viaje a Ceuta, y, por tanto, yo me quedé sin
poder pegar la hebra con él, ahora he visto la posibilidad
de hablarle de su pueblo: Béjar. Y de contarle mis vivencias
en la tierra que lo vio nacer. Bienvenido sea usted a Ceuta,
ministro de Trabajo y Asuntos Sociales.
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