Sevillano de nacimiento, tras licenciarse en medicina por
la Universidad de Sevilla Luis Rojas Marcos emigró en 1968 a
Nueva York, donde sigue viviendo, para estudiar Psiquiatría
y, según ha reconocido en diferentes ocasiones, “huir de una
situación política, social, familiar y moral tensa”.
Director del Sistema Psiquiátrico Hospitalario de Nueva York
durante diez años y después presiente del Sistema de
Hospitales Públicos de la ciudad estadounidense, forma parte
de la estirpe de eminencias científicas españolas que viven
en el extranjero, de donde, al menos de momento, no tiene la
intención de volver.
El reconocido psiquiatra Luis Rojas Marcos (Sevilla, 1943)
visita hoy por primera vez la ciudad autónoma para impartir
a partir de las 11.30 horas en el Salón de actos del Palacio
autonómico en el marco del programa de mayores de la Obra
social ‘La Caixa’ una charla sobre cómo vencer la soledad y
la depresión.
P: Viene usted a Ceuta a impartir una charla sobre cómo
superar la soledad y la depresión. ¿Eso cómo se hace?
R: No es fácil de resumir, pero lo vamos a intentar. En los
últimos quince o veinte años los médicos y psiquiatras nos
hemos dado cuenta de que para sacarle a la vida lo mejor que
ofrece no basta con curar enfermedades, sino que hay que
reforzar esos aspectos del ser humano como el temperamento
optimista que nos ayudan a superar la adversidad y a
prevenir la depresión y la soledad.
P: ¿Uno puede aprender a ser optimista?
R: Está demostrado que el optimismo ayuda a superar la
adversidad. Por optimismo me refiero a ver el futuro con
esperanza, el pasado con comprensión y a explicar el
presente sin culparnos siempre y necesariamente por lo que
ocurre.
P: Usted ha asegurado que el optimismo tiene un
componente genético. ¿Nacemos optimistas o nos hacemos
optimistas?
R: Ambas cosas. Los genes tienen su influencia y se ha
demostrado en mellizos adoptados por padres separados. No
obstante, eso sería una tercera parte del total. El resto lo
determinan las experiencias de la infancia, las experiencias
de nuestro crecimiento y lo que podemos hacer por fomentar
esa actitud optimista. Para ello hay que pensar cómo
pensamos.
P: ¿Pensar cómo pensamos?
R: Sí, le voy a poner un ejemplo. Mientras venía hacia
España desde Nueva York para impartir esta charla una señora
que viajaba al lado mío me dijo: ‘Pues España está fatal’.
Es lo que llamamos un pensamiento automático porque al
preguntarle por qué opinaba así y al decirle que yo veo el
país bien pese a llevar 40 años fuera me respondió: ‘Estamos
rodeados de maltratadores y de terroristas’. Sin embargo,
reconoció que ni en su barrio ni en su edificio tenía
constancia de que hubiera maltratadores y, por supuesto,
tampoco conocía a ningún terrorista.
P: Pero usted, a pesar de ello, ha dicho que España es el
país de Europa donde la gente es más feliz. ¿En Estados
Unidos, donde reside desde hace décadas, la población se
mueve en otras coordenadas?
R: La cultura anglosajona y en Estados Unidos en concreto
glorifica y celebra la felicidad abiertamente. Aquí nos
hemos educado en un mundo de filósofos e incluso la religión
nos insta a sufrir para ir al Cielo. Es otra forma de ver la
vida, otra filosofía, pero cuando uno pregunta al individuo
concreto la mayoría se siente razonablemente feliz.
P: Somos entonces el país más feliz de Europa pero no del
mundo
R: No lo sé. Las estadísticas que he educado para decir que
España es el país más feliz del continente se han hecho en
Europa y Estados Unidos. Desgraciadamente no entran países
del Este y otras partes del mundo, pero en Europa en cuanto
a calidad de vida y autoestima estamos siempre junto a los
holandeses, que parece ser que también les va muy bien,
entre los tres primeros clasificados.
P: Sí está claro que la felicidad no depende
exclusivamente de la calidad de vida en términos económicos
de cada uno
R: El dinero no compra la felicidad salvo que la persona
esté sufriendo una penuria muy significativa. Cuando una
persona tiene lo suficiente para vivir con un nivel de
seguridad razonable más dinero no da la felicidad y hay
estudios que lo demuestran.
P: Su charla de hoy va dirigida específicamente a las
personas mayores. ¿Cómo está ese sector de nuestra sociedad
de felicidad?
R: Nuestros mayores están muy bien. Tenga en cuenta que la
mujer española es, después de la japonesa, la que más vive
del mundo. Yo creo, aunque no está demostrado, que en parte
es porque la mujer española habla mucho. El hombre también,
pero menos. El hablar es muy sano, muy bueno para el corazón
y para el alma, para la forma de ser.
Los beneficios de hablar
P: ¿Por qué?
R: Porque uno se desahoga y le quita intensidad emocional a
los problemas y a los conflictos. Las personas mayores en
España en general están bien y comparado con la mayoría de
los países se vive más, aunque con ello no quiero restarle
importancia a enfermedades y problemas de depresión, soledad
o demencia que van a menudo unidos a la edad.
P: ¿Puede llegar un momento en el que, al ritmo que la
Medicina consigue alargar nuestra longevidad, lleguemos a
cansarnos de vivir?
R: En general todos queremos ir al Cielo y nadie, que yo
sepa, se quiere morir a no ser que está padeciendo un
sufrimiento intolerable. El suicidio es una consecuencia de
personas que sufren de depresión y que deciden que ha
llegado un momento en su vida en el que no les merece la
pena. No obstante, son una minoría y las personas, pese a
las dificultades y los retos que se nos presentan,
celebramos la vida hasta el final.
P: Usted vive en Nueva York, un lugar que como Ceuta se
suele caracterizar por su espacio de convivencia y mezcla
entre distintos. ¿Estamos preparados psicológicamente para
la convivencia con el ‘otro’ o los prejuicios siguen pesando
demasiado?
R: Vamos avanzando y cada día hay más tolerancia gracias a
que cada día hay más cultura y más conocimiento. La
intolerancia hacia el diferente, ya sea por raza, por lengua
o por religión, está basada en que no conocemos a esas
personas. El ser humano tiende a sentirse superior a los
demás y cuando hablamos de ‘los otros’ ya evidenciamos ese
sentimiento asentado en la ignorancia y en la falta de
convivencia. Cuando lo hacemos y vemos que sus hijos sienten
como los nuestros es más difícil la discriminación y el
rechazo. Hay mucho que avanzar pero Ceuta, por lo que he
escuchado, leído y estudiado, como Nueva York, parten con
ventaja para luchar contra el rechazo.
P: ¿En el fondo no se trata más de un rechazo al pobre
que al diferente?
R: No lo sé. Lo distinto, lo diferente, lo que no
entendemos, es lo que tiende a producirnos temor y rechazo.
A veces los que rechazamos son personas de clases sociales
pobres cuando uno no lo es; otras por su raza, por su
lengua, por sus costumbres o por su religión.
P: El Gobierno de Rodríguez Zapatero se ha comprometido a
buscar el retorno a España de las figuras científicas
nacionales dispersas por el mundo. ¿Se plantea usted
regresar?
R: Me fui de España cuando tenía 24 años y ahora tengo la
suerte de poder ir y volver y así disfrutar de mi país de
origen y del país que me acogió cuando no sabía ni inglés ni
mucho de la vida. Ahora mismo no me planteo la idea de
volver a España para quedarme a vivir, aunque oportunidades
como la de hoy me gratifican mucho.
P: Fue usted emigrante y por lo tanto debe saber por
experiencia propia de ese ‘síndrome de Ulises’ al que tan
poca atención se presta
R: Creo que nadie emigra porque quiere. Todos los emigrados
lo hemos sido forzados más o menos por una situación que
considerábamos intolerable. Yo me fui a estudiar Medicina y
Psiquiatría oficialmente, pero con los años me he dado
cuenta de que me fui porque no me sentía totalmente feliz
como joven. Los emigrantes partimos con el hándicap de salir
de tu país y adaptarte a otro diferente, pero cada día hay
más emigrantes y más tolerancia por lo que espero que las
dificultades también sean cada día menores.
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