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OPINIÓN - MARTES, 17 DE JULIO DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

Shalom, Presidente
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

No puede pasar inadvertida la elección del veterano dirigente laborista Simón Peres, de 84 años, como noveno presidente del Estado de Israel. Peres, el sempiterno “segundón” y que pese a su apellido no es de ascendencia sefardí (judeoespañola), alcanza con este nombramiento su cenit político pudiendo impulsar, desde un puesto más honorífico que ejecutivo, la paz “dentro de casa y con los vecinos” según se desprende de sus discurso de investidura en la Knesset (Parlamento) israelí. Avezado político ducho en los entresijos de Oriente Medio, Simón Peres recibió junto a los fallecidos Isaac Rabin y Yaser Arafat el Premio Nobel de la Paz en 1.994. Cauto, con una suavidad no exenta de firmeza, la elección de Peres (a quien tuve ocasión de tratar en varias ocasiones) es sin duda a mi juicio una buena noticia, tanto para los israelíes como para palestinos, si bien como ya advertí en Israel el cargo de Presidente tiene una carga más simbólica y honorífica, que práctica.

En este contexto tampoco parece casual el reciente anuncio de las autoridades israelíes de liberar a 180 miembros integrados en la vieja milicia de Arafat, “Al Fatah”, quienes se habrían comprometido a suspender los ataques contra el Estado hebreo y a reforzar la precaria situación del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Abú Mazem. También cabe la posibilidad de la incorporación a las fuerzas de la Autoridad Palestina de los Batallones de Al Quods, el brazo armado de la “Yihad Islámica”, lo que podría dar un vuelco a la deteriorada situación interna palestina y complicar la situación de los islamistas radicales de Hamás, quienes con una total falta de escrúpulos se han hecho fuertes en Gaza. De hecho, por el momento solo Cisjordania se mantiene fiel al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, lo que podría derivar en la apertura de una antigua opción, la jordana.

A mediados de la década de los ochenta tuve ocasión de entrevistarme, en profundidad, con un alto responsable político israelí: Isaac Shamir. Hablé largo y tendido con el viejo luchador en presencia del general Uzi Narkis (de quien conservo una fotografía dedicada en la Puerta de los Leones de Jerusalén, junto a Isaac Rabin y Moshé Dayan) en los viejos pabellones militares del ministerio de Asuntos Exteriores, pues en históricas palabras de la primera ministra Golda Meier mientras un israelí no pudiera disponer de una vivienda decente, los diplomáticos tendrían que conformarse con trabajar en viejas barracones de madera. Bajo el zumbido de un ventilador y refrescado con una limonada, un populista Shamir me desgranó, punto por punto, las opciones disponibles para un acuerdo definitivo de paz “para todos los pueblos de Oriente Medio, dentro de fronteras seguras y reconocidas”. Después de constatar la impronta palestina de Jordania, Shamir dejó caer como una remota posibilidad la opción de un “Estado palestino federado a Jordania” pues, en sus palabras, “hemos luchado en el pasado, pero el Reino Hachemí de Jordania (entonces llevado con mano firme por el rey Hussein) sí nos merece un amplio margen de confianza”. Hasta donde sé de Oriente Medio, las situaciones -siendo muy complicadas de partida- pueden dar en días un cambio de 360 grados. Si Hamás se enquista en Gaza, una de las cartas de la baraja (el más renuente sería el Rey Abdalláh, pues la “palestinización” de Jordania sería masiva) podría ser la actualización de la “opción jordana”, integrando Cisjordania en su punto natural de partida y dando pie a una formación política viable: una confederación jordano-palestina. Sería una alternativa lógica y razonable, conformando además una vieja realidad histórica.
 

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