No puede pasar inadvertida la
elección del veterano dirigente laborista Simón Peres, de 84
años, como noveno presidente del Estado de Israel. Peres, el
sempiterno “segundón” y que pese a su apellido no es de
ascendencia sefardí (judeoespañola), alcanza con este
nombramiento su cenit político pudiendo impulsar, desde un
puesto más honorífico que ejecutivo, la paz “dentro de casa
y con los vecinos” según se desprende de sus discurso de
investidura en la Knesset (Parlamento) israelí. Avezado
político ducho en los entresijos de Oriente Medio, Simón
Peres recibió junto a los fallecidos Isaac Rabin y Yaser
Arafat el Premio Nobel de la Paz en 1.994. Cauto, con una
suavidad no exenta de firmeza, la elección de Peres (a quien
tuve ocasión de tratar en varias ocasiones) es sin duda a mi
juicio una buena noticia, tanto para los israelíes como para
palestinos, si bien como ya advertí en Israel el cargo de
Presidente tiene una carga más simbólica y honorífica, que
práctica.
En este contexto tampoco parece casual el reciente anuncio
de las autoridades israelíes de liberar a 180 miembros
integrados en la vieja milicia de Arafat, “Al Fatah”,
quienes se habrían comprometido a suspender los ataques
contra el Estado hebreo y a reforzar la precaria situación
del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Abú Mazem.
También cabe la posibilidad de la incorporación a las
fuerzas de la Autoridad Palestina de los Batallones de Al
Quods, el brazo armado de la “Yihad Islámica”, lo que podría
dar un vuelco a la deteriorada situación interna palestina y
complicar la situación de los islamistas radicales de Hamás,
quienes con una total falta de escrúpulos se han hecho
fuertes en Gaza. De hecho, por el momento solo Cisjordania
se mantiene fiel al presidente de la Autoridad Nacional
Palestina, lo que podría derivar en la apertura de una
antigua opción, la jordana.
A mediados de la década de los ochenta tuve ocasión de
entrevistarme, en profundidad, con un alto responsable
político israelí: Isaac Shamir. Hablé largo y tendido con el
viejo luchador en presencia del general Uzi Narkis (de quien
conservo una fotografía dedicada en la Puerta de los Leones
de Jerusalén, junto a Isaac Rabin y Moshé Dayan) en los
viejos pabellones militares del ministerio de Asuntos
Exteriores, pues en históricas palabras de la primera
ministra Golda Meier mientras un israelí no pudiera disponer
de una vivienda decente, los diplomáticos tendrían que
conformarse con trabajar en viejas barracones de madera.
Bajo el zumbido de un ventilador y refrescado con una
limonada, un populista Shamir me desgranó, punto por punto,
las opciones disponibles para un acuerdo definitivo de paz
“para todos los pueblos de Oriente Medio, dentro de
fronteras seguras y reconocidas”. Después de constatar la
impronta palestina de Jordania, Shamir dejó caer como una
remota posibilidad la opción de un “Estado palestino
federado a Jordania” pues, en sus palabras, “hemos luchado
en el pasado, pero el Reino Hachemí de Jordania (entonces
llevado con mano firme por el rey Hussein) sí nos merece un
amplio margen de confianza”. Hasta donde sé de Oriente
Medio, las situaciones -siendo muy complicadas de partida-
pueden dar en días un cambio de 360 grados. Si Hamás se
enquista en Gaza, una de las cartas de la baraja (el más
renuente sería el Rey Abdalláh, pues la “palestinización” de
Jordania sería masiva) podría ser la actualización de la
“opción jordana”, integrando Cisjordania en su punto natural
de partida y dando pie a una formación política viable: una
confederación jordano-palestina. Sería una alternativa
lógica y razonable, conformando además una vieja realidad
histórica.
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