AEn cierto tipo de regímenes, las
fuerzas armadas son la columna dorsal del sistema. Como en
el vecino Reino de Marruecos, donde solo hay tres
alternativas de poder: la actual, el “Makhzen”, una
dictadura militar o una república islamista. “Safi baraka”.
Por eso, a la tropa hay que cuidarla. ¿Se acuerdan cuando,
días pasados, les comentaba algunos detalles del oportuno y
ambicioso programa de viviendas sociales destinado a los
efectivos de las FAR marroquíes…?. Pues bien, anteayer
sábado el joven soberano Mohamed VI (“Jefe Supremo y Jefe
del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas Reales”,
como enfatiza la MAP) colocaba, en Nador, la primera piedra
de un complejo urbanístico de 600 viviendas destinado
íntegramente a efectivos militares, estando previstas para
este año la construcción de otros 74 proyectos más.
En España, las últimas desarticulaciones de comandos de ETA
(que aprovecharon bien el tiempo para reforzarse durante la
segunda tregua-trampa) han facilitado una valiosa
información, de la que se desprende la intención de la banda
de atentar contra un barco (¿de pasaje, de la marina,
anclado en un puerto, en el Estrecho…?); no sería la primera
vez (recuerden el caso de Transmediterránea en Ibiza) o
¿recuerdan “Gataska”?, aquellos ingeniosos terroristas que
utilizaron un barquito de juguete teledirigido para hundir
una patrullera en Fuenterrabía asesinando a varios marinos?.
Pero, ¿qué hay hoy detrás de ETA?. Pues unos intereses
mafiosos… y una ideología, criada al calor de “ikastolas” y
abonada por un entramado nazi-nacionalista radical e
insurgente.
Lo mismo -salvando las distancias- que ocurre con el
fenómeno del terrorismo islamista, amamantado por una
ideología (el “salafismo yihadista”) que hunde sus raíces en
las versiones más radicales e intransigentes del Islam (no
solo en el “wahabismo”, la “shía” tiene también su punto de
no retorno). Quiero decir lisa y llanamente que la culpa de
esta lacra, que nos azota como una peste medieval, no es
solo la injusticia, la incultura, la pobreza o la
marginalidad; sin duda pueden ser catalizadores en última
instancia y como tal son usados por todo tipo de
“islamismos”, desde movimientos pietistas en principio
moderados a organizaciones abiertamente radicales. Pero como
nos han mostrado las últimas detenciones en el Reino Unido
de la “célula de los médicos”, los líderes y mandos
intermedios de las organizaciones terroristas son, en
general, gente culta e instruída, igual que toda la caterva
de imames y ulemas que aprovechan los sermones de las
mezquitas para destilar odio y veneno contra Occidente. Los
líderes, no ya de Al-Qaïda, sino de Hezbolá, Hamás, Yihad
Islámica… son cualificados profesionales, digamos que de
“clase media”. Claro que también hay curiosas excepciones
que confirman la regla, como los implicados en la masacre
del 11-M en Madrid, un atentado “sui generis” del que
todavía no se ha visto el último capitulo. Reflexionen sobre
ello, porque los musulmanes procesados presentan unos
perfiles atípicos que no encajan con el “modus operandi” en
estos casos.
Unas últimas líneas: nuestra flojera, nuestros prejuicios,
nuestro estúpido complejo de autoculpabilidad, nuestro huir
del (ineludible) enfrentamiento casi implorando una “paz
perpetua” (¡qué diría Kant!), esa “decadencia de Occidente”
de la que ya escribía Spengler, son los mejores acicates
para la ofensiva terrorista: cuanto más débiles nos
mostremos, más nos atacarán. La política exterior de
Occidente no es la causa del terrorismo islamista; y por el
contrario, la numerosa población musulmana afincada en
Europa se está convirtiendo en un poderoso grupo de presión
capaz de condicionar los parámetros a seguir en las
relaciones con el resto del mundo…, particularmente con el
mundo islámico, naturalmente.
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