La ministra de Fomento,
Magdalena Álvarez, ha estado a punto de seguir los pasos
de sus compañeros Jordi Sevilla, Carmen Calvo
y María Antonia Trujillo. Destituidos los tres por un
presidente que no se anda con chiquitas a la hora de
quitarse de en medio a quienes no les ve condiciones para
ayudar a la causa: es decir, a que él resida otros cuatro
años en la Moncloa.
Los chismosos de altura, al estilo de aquellos que Pedro
J. Ramírez daba alas en el desaparecido Diario 16,
dicen que la ministra gaditana no ha sido decapitada porque
ZP pensó que cargarse a dos ministras protegidas de
Manolo Chaves tenía todas las trazas de ser entendido
como un acto de provocación al presidente de la Junta de
Andalucía.
Pero la otrora poderosa consejera de Hacienda de la Junta de
Andalucía, conocida entonces por el apodo de “Mandatela”,
sabe de sobra que no goza de la confianza del presidente del
Gobierno y estará viviendo días de zozobras y sudores fríos.
Y, para colmo de males, cuando aún no se le había quitado de
encima el susto de la destitución, va y se le hunde un barco
con los tanques llenos de peste negra.
Así, en vista de su bien ganada fama de mujer terca y de que
no se corta lo más mínimo a la hora de decir lo que piensa
de alguien, mucho me temo que nuestro amigo Ezequiel
Teodoro, periodista ceutí que lleva varios años trabajando a
la vera de esta mujer gaditana de armas tomar, debe estar
pasando su particular quirinal.
Todo ello se me viene a la memoria mientras veo a la
ministra en televisión pisando la arena de la playa de
Talamanca: esa playa ibicenca que, afectada por el fuel que
ha estado saliendo del hundido mercante don Pedro, me pone
en condiciones de revivir pasajes de aquellos años vividos
en una isla donde todo era noble, sereno, encalmado...
Alboreaban los años setenta y en Ibiza el nombre de Abel
Matutes despertaba admiración y miedo a partes iguales.
Yo lo tuve como presidente de honor del equipo de fútbol y
nada más tratarlo comprendí que en aquel paraíso nada se
podía hacer si no era con su consentimiento. Muchas vueltas
ha dado la vida desde entonces, y aunque Matutes sea
inmensamente rico, me imagino que ya su poder no será
omnímodo.
Tampoco Ursula Andress es ya la misma mujer que se
sentaba en la terraza de la cafetería del hotel Montesol,
acompañada de Elmyr de Hory: aquel fantástico pintor
húngaro capaz de falsificar dibujos de Picasso y
venderlos a precios astronómicos. Una Ursula que esperaba
aburrida en su casa de Es cubells, donde vivía con su padre,
la llegada de un Fabio Testi que le ponía los cuernos
a quien había sido la primera chica Bond y la que
inmortalizó el biquini.
Pero me imagino que la diva Ursula, que ha cumplido ya 70
años, estará viviendo también estos días pendiente de las
noticias sobre cuanto acontece en relación con ese chapapote
que ha de tener a la ministra de Fomento en un puro sinvivir.
Incluso no descarto que mi paisana entre sofoco y sofoco
pueda sufrir un soponcio.
Aunque, conociendo la isla, me atrevería a decir que los
ibicencos han tenido mucha suerte por la dirección que ha
tomado el fuel. Una dirección que ha propiciado que la marea
negra contamine tres playas: la de Talamanca, la de En Bossa
y la de Figueretas. Tres playas populares, mayormente
frecuentadas por quienes viven en el casco viejo de la isla.
Pero en Ibiza, isla menor que las de Mallorca y Menorca,
aunque distinta y singular de las dos con las que integra el
archipiélago balear, hay innumerables playas y calas en las
que perderse. Por ello, Magdalena Álvarez debe relajarse. Ya
que la diferencia existente entre lo del Prestige y el don
Pedro es abismal.
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