Tragedia turística estival: en las
playas malagueñas atacan las medusas y en un par de días
doscientos bañistas han sido atendidos por las picaduras, el
prurito, la inflamación, la reacción alérgica y demás. Los
socorristas están advertidos y cuentan con botiquines, pero
también llegan ambulancias y personal sanitario que tiene
que bregar con el furor del perjudicado.
Autóctonos y vacacionantes abominan e increpan, en primer
lugar a las Autoridades, que, a la postre, siempre son
culpables de “algo” y tienen que aguantar rasca y en segundo
lugar al cambio climático y a quienes arrojan basura a la
atmósfera, pasando, lógicamente, por las madres de cuantos
pueblos vierten sus meados en el Mare Nostrum, señoras cuya
respetabilidad y uso de la labor de la ingle se pone en
duda. No obstante, se comenta que, en los lugares cuyos
mandamases son talentosos y precavidos, se ponen redes y
artilugios para no dejar pasar a los bichos. Aquí no es el
caso.
Aquí se ponen banderas blancas con una medusa pintada en
morado y el que se remoje los bajos, allá él y que no se
queje, porque, la gente es vacilona y trabajosa y pasa de
las advertencias.
¿Remedios? En mis tiempos se echaba un chorreón de vinagre o
agua del mar.Ahora privan los antihistamínicos, las
Urgencias y el miedo a una reacción multialérgica con
fracaso cardiorespiratorio. Se ve que, la raza, se
reblandece porque, en mi Nador, los niños rifeños
convivíamos con las llamadas “aguasmalas” con absoluta
normalidad e incluso las recogíamos cuando batía la
levantera y los mares se alborotaban. Pero tampoco las aguas
cristalinas e incontaminadas de Karias o de Saidía tenían
nada que ver con el pozo de excrementos de guiris que son
nuestras “llamadas” playas donde, a un metro de la orilla se
huele a fritanga de pescado y a bronceador, que no a mares
salinos y yodados. De hecho, cuando, en estas latitudes, se
percibe perfume marino, las gentes se encandilan, alzan el
pecho, abren los pulmones y respiran gratis con ansiedad
comentando con embeleso “Mira, huele a mar”. Que no a smog
hediondo de los miles de coches que profanan los paseos
marítimos, ni a gasolina requemada de los quad, ni a
sobaquina atufante del vecino de sombrilla ¡A mar!.
Y, es algo tan sorprendente y novedoso como lo es el
rescatar aromas de antaño... Las Semanas Santas impregnadas
en azahares, hasta que, el alcalde, mandó arrancar los
naranjos centenarios ; las casamatas con muros cuajaditos de
jazmines, madreselvas y dama de noche, hasta que, esas
deliciosas muestras arquitectónicas perecieron gracias a la
especulación inmobiliaria para ser sustituidas por colmenas
de estudios de treinta metros para que, los tiburones, se
forren los huevos y que vivan los ladrillos y el cemento,
que no piden pan, mientras que los jardines y los parques
hay que cuidarlos y encima le quitan espacio a las gruas y a
las hormigoneras. ¿Qué si yo tengo miedo de las medusas? No
es el caso porque jamás me refrescaría en las turbias aguas
de estas playas, cuido mi salud, porque no tengo otra de
recambio. Lo que si me atemorizan son los PGOU, porque, una
aguamala me puede picar, me echo vinagre, me rasco y
denuesto un poco, pero, la destrucción del patrimonio
arquitectónico de un lugar, que es su patrimonio cultural,
que son raíces, alma e historia; la tala de los grandes
árboles del que fuera umbrío y misterioso parque, las
veleidades de los horteras reveníos electos en urnas, eso me
apena y me hiela el corazón.
Ver sobresaturar de cemento las ciudades, mientras se
plantan áridas “zonas verdes” de compromiso, la aburrida
sosez de los campos de golf y las amenazas de convertir la
riqueza de fauna y flora autóctona de la Costa del Sol ,
nada más y nada menos que, en “Costa del Golf”, para que
cuatro pijos y tres jubilados ingleses jueguen a darle a la
pelotita a costa de destruir la naturaleza, eso me escuece
infinitamente más que el ataque medusil.Y me angustia mucho
más que la bandera blanca con el bicho morado, ver como, de
otra antigua mansión, comienzan a llevarse maravillas de
hierro forjado de ventanas y balcones para apuntar ruina y
construir apartamentos. Aquí, en verdad, las medusas son el
menor de nuestros problemas.
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