Recuerda dónde estaba usted y qué
estaba haciendo el día en el cual los asesinos de la banda
terrorista ETA cumplieron su amenaza de acabar con la vida
de Miguel Ángel Blanco? Es la pregunta que se le ha
venido haciendo estos días a los políticos más destacados y
también a las personas que transitaban la calle y el sitio
elegidos por los entrevistadores para recabar opiniones en
el décimo aniversario del asesinato del joven concejal de
Ermua.
Los crímenes son todos horrendos, abominables... Pero en el
de Miguel Ángel Blanco los criminales se regodearon en su
ejecución para hacernos comprender que su odio contra los
españoles es superior a sus creencias en Dios. Porque no
olvidemos que los etarras, salvo excepciones, que debe
haberlas, casi todos proceden de familias muy católicas.
Lo cual no es extraño: ya que los vascos son muy dados a la
misa diaria y a comulgar frecuentemente. De ahí que lo
primero que hicieron los afiliados al Partido Nacionalista
Vasco cuando ingresaron como prisioneros de guerra en el
Penal de El Puerto de Santa María, creo recordar que unos
quinientos, fue recuperar el aspecto religioso que estaba en
completo abandono.
A lo que iba -perdonen por tanto la digresión-: los tiros
que le hicieron a Miguel Ángel Blanco y su posterior muerte,
sometido ello cruelmente a esa antesala de incertidumbre que
nos tocó vivir invocando a todos los santos y al mismo Dios
de los secuestradores para que éstos no cumplieran con su
anunciada fechoría, ha hecho imposible que innumerables
personas hayamos podido olvidar ni el día, ni el mes, ni el
año, ni las horas de tensiones pasadas, ni qué era entonces
de nuestras vidas.
Al menos yo recuerdo perfectamente que aquel sábado, como
otros más, llegué a mi casa cansado de currelar en el medio
donde escribía. El trabajo era mucho y los dineros pocos.
Mas se me había metido entre ceja y ceja seguir aprendiendo
el oficio. Y allá que luchaba cada día con todas mis fuerzas
para salir adelante en una tarea tan compleja como
apasionante.
Digo que llegué a mi casa cuando la tarde estaba a punto de
hacerse realidad. Y a partir de entonces soló tuve oídos
para la radio y miradas para la televisión. Ni que decir
tiene que la muerte de aquel veinteañero me hizo llorar
amargamente. Y desbarré contra los hijos de puta que lo
habían matado en nombre de una idea fraguada en la mente de
un resentido que ni sabía actuar en el tálamo.
Luego, meses más tarde, volvería a llorar sin consuelo
porque también segaron las vidas de Alberto Jiménez
Becerril y de Ascensión García, su esposa. Una
escena que estará congelada en la vida de sus tres niños. Y
así podría ir relatando mi desconsuelo ante otros muchos
crímenes cometidos por quienes a buen seguro son capaces de
confesarse antes y después de los hechos.
Lo que no entiendo, por más que me hablen de la pérdida del
espíritu de Ermua, es que alguien como Mayor Oreja
aproveche la ocasión del aniversario del asesinato de Miguel
Ángel Blanco para escribir, entre otras cosas, la siguiente:
“No se trata de que Zapatero sea ingenuo, puro y
limpio, que es engañado. Se trata de que aquí hay dos
proyectos que convergen, el de ETA y el del presidente del
Gobierno. Por lo tanto, la crisis del sistema es que su
proyecto de España converge con el proyecto de ETA. Y, en
consecuencia, se necesitan mutuamente para que no tenga
cabida el PP”.
Si es así como Mayor Oreja cree que debe recordar la
muerte de un concejal perteneciente a su partido, permítanme
decirle lo que yo opino de él: que ha perdido el norte. Ese
norte que anda buscando Mariano Rajoy, por culpa de
quienes todo lo refieren a ETA, para poder ganar las
elecciones. ¡Qué tropa!... Sí; pero a usted, señor Rajoy, se
lo comen las dudas.
|