Busco el compendio del que imparte
órdenes pacíficas, del que combate por amor a la vida, del
que quiere convencer antes que vencer, del que no se sirve
de nadie y sirve a todos. Hallo, sin embargo, poderes
excesivos, excesivamente corruptos. Comparo con otros
tiempos, y vuelvo a la pérdida del tiempo, veo que todo
sigue igual en el tictac de los relojes. Cada día es una
pequeña vida –me dice don Perfecto en clave perfecta. Puede
que sea cierto, pero el poder de los galanes siempre me ha
puesto en retaguardia. Puesto que yo soy imperfecto y
necesito la tolerancia de los demás, dudo que el susodicho
rey de las perfecciones, aunque sólo sea por el pecado de
ser diferente, me allane esta vida corta y difícil. Además
la virtud de don Perfecto sería la de no tener poder alguno,
sino el mayor grado posible de bondad o excelencia en su
línea. Téngase en cuenta que todo poder tiende a
corromperse. El de don Perfecto no iba a ser menos en esta
sociedad clasista que todavía no se despoja del don.
En consecuencia, nada tiene que ver el enfermizo poder de
don Perfecto, arcángel de los consumistas tiempos actuales,
con el gozo de saber mirar y ver, de comprender y entender;
puesto que esta última sabiduría, observadora y meditativa,
es el más perfecto don de la naturaleza, aunque esta gracia
se escriba con minúsculas frente a los mezquinos desvelos de
la otra falsa perfección, avivada por un absurdo angelote
que nos acosa y atosiga, hasta el extremo de llevarnos a la
necedad en volandas y hacernos totalmente insoportables. Los
discípulos del peso perfecto, de los planes perfectos, del
día perfecto, del regalo perfecto, del trabajo perfecto, del
peinado perfecto, del pase perfecto…; suelen ser adictos al
caballero de moda. El señorito cotiza en este mundo que va
perdiendo el alma y desprendiéndose de la vida. La última
moda ahí está: En busca del bebé perfecto como si fuese un
objeto más, un producto de nuestro capricho, un instrumento
de nuestra codicia.
Este impulso hacia el poder de don Perfecto es una realidad
palpable. Aquel que no lo sea corre el riesgo de ser
destruido. Los hijos a la carta, todo a la carta de don
Perfecto. Cabría preguntarse: ¿Qué perfección es ésta que
nos lleva al egoísmo? El camino de la perfección ha de tener
otras sendas más enriquecedoras, más humanas y menos
despersonalizadoras, y otras medidas de autenticidad. Lo que
sucede hoy en día es que don Perfecto se mueve en la
mentira, es un esclavo de la sociedad productiva. Unidos don
Perfecto y doña Perfecta son una auténtica bomba atómica.
Ellos eligen la genética, quienes son apropiados para la
vida y quienes no merecen ni ver la luz. Por desgracia, en
los últimos tiempos, el asunto de la eliminación de
embriones ha tomado fuerza. No hace mucho el New York Times
publicaba un artículo informando que, como consecuencia de
una nueva recomendación del Colegio Americano de Obstetras y
Ginecólogos, los médicos han comenzado a ofrecer un
procedimiento de análisis de síndrome de Down, a todas las
mujeres embarazadas, sin importar su edad. Cerca del 90% de
las mujeres a las que se les diagnostica el síndrome de Down
normalmente escogen abortar, informaba el citado medio.
El carisma de don Perfecto es que todo lo perfecciona
alrededor suyo, a su propio negocio, lo que no hace es
perfeccionarse a sí mismo. Está lejos de esa verdadera
perfección que es delicada, exquisita, que detesta doquier
poder o pedestal. Lo que sucede es que cuando el
comportamiento se supedita al amor, la única fuerza que
puede conducir a la perfección personal y social y, por
ende, la única manera de mover la historia hacia el bien,
todo se torna mucho más fraterno. A don Perfecto estos
amores de verdad no le interesan lo más mínimo.
Es agua pasada. Piensa, con una intransigencia visceral, que
la sociedad es él mismo y su camada de seguidores. Le
importa un pimiento que la sociedad se inhumanice. Mejor
para sus hazañas en la selección de la especie. La ambición
como norma constante y suprema de la acción es el único
diario en su agenda de ardor guerrero.
En el mundo de hoy cada vez más embobado por las falsedades
de don Perfecto, nuestras conciencias no lo tienen nada
fácil para el discernimiento. No es cómodo tomar el camino
correcto con tanto pícaro al acecho que nos ha devaluado la
vida, por debajo incluso del salario mínimo
interprofesional, cuando garantizar el derecho a la vida a
todos y de manera igual para todos es un deber de cuyo
cumplimiento depende la mayor de las perfecciones, el futuro
de la humanidad.
Un compromiso cada vez más perentorio ante las presiones en
aumento para manipular la vida. La idea aristotélica en el
que todos los fines no son fines perfectos; pero que el bien
supremo constituye, de alguna manera, un fin perfecto,
podría darnos alguna orientación, sobre todo a la hora de
pensar.
¿Cuál es ese bien supremo que don Perfecto no cultiva y qué
le mueve a no cultivarlo? Se dice que la ordenación racional
de los actos humanos hacia el bien en toda su verdad o la
búsqueda de ese bien, es lo que nos diferencia de los
animales. Desgajada la moralidad de los pensamientos no hay
perfección posible. A don Perfecto le es indiferente que el
aire en España sea de los más sucios del planetario, que la
amenaza terrorista se convierta en sombra, o que el sexo
virtual se convierta en moneda de cambio, lo único que le
preocupa es sentirse el más perfecto de los mortales para
ganarse el don, en esta imperfección basura que nos invade.
Un fenómeno debido, en parte, a un ambiente tan indecente
como el aire que respiramos que oculta o denigra la
verdadera semántica de la perfección humana, el bien supremo
al que aspira la persona en lo más profundo de su corazón,
aunque don Perfecto quiera arrebatarnos estas bondades
humanas inherentes a nuestra condición de persona.
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