¿Qué está ocurriendo?. Pues
sencillamente la concreción de un nuevo escenario terrorista
en todo el Magreb, focalizado en la creación de una “zona
libre” al sur, en el Sahel, entre el triángulo de Argelia,
Mauritania y Mali, el mantenimiento de la presión en Argelia
y el ataque directo al Reino de Marruecos con la apertura de
tres frentes: uno en las grandes ciudades (desestabilización
social de Casablanca) y otro al norte, en las estribaciones
del Rif entre Ouazzane-Mekinés-Fez sin olvidarnos,
naturalmente, de Tetuán, posiblemente una de las ciudades
con más proyección del integrismo “yihadista”… y político
del país; finalmente, la ofensiva sobre la figura de Mohamed
VI: tanto para desprestigiar su papel de “Comendador de los
Creyentes” (ahí habría una sinergia de voluntades, pues
“Justicia y Caridad” tampoco reconoce su papel religioso)
como para, si es posible, eliminarlo físicamente. La nueva
denominación de “Al Qaïda en el Magreb” es totalmente
sugerente, como apuntaba el profesor Mohamed Darif en el
diario “Aujourd´hui” (nº 1430, edición del 8 de junio): “No
es un mero cambio de nombre, sino un cambio de estrategia
que va a dar a la lucha del ex-GSPC una dimensión magrebí”,
palabras que coinciden con las del juez francés Brugière el
28 de junio en Madrid: es “la primera vez que Al Qaïda tiene
un brazo regional específico”. De hecho, podemos remontar el
precedente del actual nivel de alerta máxima al pasado
martes 5 de junio, día en el que fuentes oficiosas
informaron (tras la reunión convocada por el director de la
DST, Abdelatif Hammouchi) de la existencia de una célula
terrorista de nueve miembros (llamada “Hafadat Eddine”) que,
procedente de Mauritania y disfrazados de “predicadores”
(tome nota el lector del camuflaje), estaban intentando
infiltrarse en territorio marroquí y asentarse en
Casablanca, desde donde planearían cometer atentados.
Tampoco es casual, a mi entender, el chorreo de visitas de
responsables de seguridad occidentales a Rabat: tras viajar
a Marruecos en febrero de 2006, donde planteó la necesidad
de una “coordinación e información rápida” para prevenir
ataques terroristas entre los Estados Unidos y los países
del Magreb, el jefe del FBI, Robert S. Mueller, volvía a
reunirse el pasado viernes 29 de junio en Rabat con los
ministros de Interior y Justicia; también recientemente
acudió a Rabat el director general de la CIA, Michael Hayden,
donde entre otros aspectos pudo plantear a sus colegas
marroquíes una estratégica decisión norteamericana: el
progresivo estrangulamiento y posterior desaparición como
organización (en el plazo máximo de dos años) del “Frente
Polisario”. También durante el 14 de junio viajaba a
Marruecos (donde aprovechó para encontrarse con Saud Al
Faisal, jefe de la diplomacia saudí), en representación
“personal” del ministerio francés de Asuntos Exteriores, el
ex director general de los servicios de inteligencia
franceses, Jean-Claude Cousseran, esperándose en la
actualidad la visita del secretario alemán de interior,
August Hanning. Si a finales de mes desde Madrid el ya
citado juez Jean-Louis Brugière advertía que la amenaza es
“muy elevada”, hace unos días el jefe de la Unidad de la
Lucha Contra el Terrorismo en Francia (UCLAT) señalaba en un
diario parisino a Marruecos como uno de los países con mayor
peligro potencial, en el que una “generación renovada” tiene
el proyecto de exportar (sic) su “ola terrorista” a todo
Occidente, adelantando de paso lo que no parece estar
todavía claro para algunos analistas: la marginación y
pobreza social de los “bidonvilles” de las grandes ciudades
“no lo explican todo”. Cierto: detrás está toda una
“ideología teológica” insurgente.
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