Finalizado el torneo de tenis de
Wimbledon, ese Grand Slam cuajado de abolengo y por tanto
sobrado de tradiciones y cursilerías, uno se queda ya
huérfano de espectáculos deportivos con los cuales vibrar
intensamente, durante muchos días del verano.
Porque el Tour de Francia, con un ciclismo donde sus
intérpretes están todos bajo sospechas de ponerse hasta la
colcha de estimulantes, está devaluado en todos los
sentidos. Y a mí me cuesta ya lo indecible sentarme ante el
televisor para ver a un ganador que, meses después, dirán de
él que se había metido en el cuerpo no sé cuanta sangre
preparada por el doctor vampiro.
Sí, ya sé que podría distraerme estos días con los partidos
que quedan de la Copa América; pero viendo jugar a Brasil no
entiendo las razones que han tenido en el Madrid para
exigirle a Fabio Capello lo que le han exigido.
He aquí a un técnico italiano, más laureado que Churchill,
que ha sido víctima de las críticas de los cursis
capitalinos más intransigentes, encabezados por Jorge
Valdano y bendecidos por la ternura de César Julio
Iglesias. Y, claro, detrás de los cursis fueron
apuntándose al carro de los denigradores todos los
pertenecientes a ese lobby rosa cuya misión consiste en
destacar la estética por encima de las cualidades.
Algunos periodistas, considerados heteroxesuales, lo cual
tiene el mismo mérito que no serlo, llevan ya tiempo
exigiendo que los futbolistas, amén de rendir, han de ser
los más guapos del mundo. Incluso cierto director de un
periódico deportivo, de gran tirada nacional, sentenció a
Costinha diciendo de él que además de jugar mal era más
feo que Picio.
De haberse metido la figura del internacional portugués,
acreditado buen futbolista, por los ojos del escribidor,
seguro que éste habría pedido para Costinha tiempo
suficiente para la adaptación al equipo y al fútbol español.
Pero, siendo tan sumamente feo el jugador colchonero, según
el todopoderoso periodista afincado en la Villa del Oso (¿)
y el Madroño, pedía su fulminante desaparición de la
plantilla.
En fin, a falta de acontecimientos deportivos que me motiven
-dado que incluso Fernando Alonso parece ser que está
ninguneado por los mandas de McLaren-, he decidido seguir la
estela de Bernd Shuster, cual entrenador del Madrid,
a ver qué tiempo tardan los estetas madrileños en recordarle
que los componentes de la plantilla son todos prescindibles
menos uno. Y que a ese uno, si quiere tener la fiesta en
paz, hará muy bien en dispensarle trato de galáctico.
A partir de ahí, y dado que Shuster ha sido contratado para
que el Madrid tenga más del 80% del balón en su poder y, por
supuesto, para que gane títulos -manifestaciones recientes
de Ramón Calderón-, no le arriendo las ganancias al
técnico alemán cuando compruebe que su equipo ha de hacer
tres goles, muchas más veces de las previstas, si quiere
ganar los partidos.
Entonces, cuando ello suceda, es decir, en el justo momento
que le hagan goles de saques de esquina, o de balones
centrados desde las bandas, y el área pequeña sea un oasis
para los rivales, mucho me temo que el explosivo Bernardo
recuerde en voz alta que ese problema no lo tenía en el
Getafe. Que allí El Pato Abbondansieri, guardameta
argentino, imponía su ley. Y se armará la de Dios es Cristo.
Y tendremos a Roncero, a Relaño, a Guasch,
etc, corifeos de esa sociedad defensora de lo exquisito,
arremetiendo contra los centrales fichados esta temporada
por Mijatovic. Dejarán tranquilo a Cannavaro y
comenzaran a tirarle al degüello a Metzelder, a
Chivu o al lucero del alba. No saben éstos dónde se han
metido. Veremos la misma película de siempre. Ay, la cuota
femenina...
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