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OPINIÓN - DOMINGO, 8 DE JULIO DE 2007

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

Cuanto antes

Por Andrés Gómez Fernández


Es fácil demostrar que casi toda la actividad del escolar se basa en la lectura, porque se lleva, aproximadamente, el 90% de su tiempo dedicado al estudio.

Por ello se considera a la lectura como el medio fundamental en la formación intelectual del alumno, ya que la ciencia – a pesar del gran auge de otros medios de comunicación social- llega a nosotros fundamentalmente a través de los libros. No obstante, la realidad es otra, en la escuela no se da a la lectura la importancia que tiene. Debido a esto, el nivel medio de lectura, en Primaria y Secundaria Obligatoria, deja mucho que desear.

Pero, ¿cuándo es conveniente que el alumno empiece el proceso lecto-escritor? Hace ya algo más de cinco años, durante el periodo del gobierno anterior, apareció en la primera página de un prestigioso periódico de tirada nacional, en un recuadro del sumario, la siguiente noticia: “El Ministerio de Educación adelanta a los cuatro años de edad el aprendizaje obligatorio de la lectura y la escritura”. Así que, cuando llegue el próximo septiembre y comience el curso escolar, nuestros pequeños alumnos de cuatro años empezarán oficialmente a recibir las enseñanzas de lecto-escritura. Por todo lo anteriormente dicho, hasta los seis años cumplidos no estaban los niños y las niñas en condiciones de iniciar ese aprendizaje y que su anticipación, que era lo hasta entonces acostumbrado, les podrían ocasionar graves traumas.

Esa recomendación del Ministerio tardó mucho tiempo en llagar; yo pienso que algunas décadas, porque en los centros educativos el proceso lecto-escritor ya se aplicaba en las escuelas-Parvularios- siempre con el buen criterio de las maestras, que se dejaban llevar por la presión de los propios niños y niñas, ya que estos, apoyados por sus padres, cuando llegaban al Colegio a los cuatro años, mucho de ellos ya habían entrado en ese mundo de las palabras escritas, leyendo de corrido, que no lograron resistir pasivamente la curiosidad de sus hijos ante rótulos y letreros, que estimaban absurda la demora y suplieron familiarmente la carencia escolar. Para muchos padres, enseñar las primeras letras a sus hijos era su primera y primordial función.

Algunas maestras partidarias de la norma restrictiva, llegaban a decir que “era un crimen y un abuso lo que hacían los padres ‘rebeldes’ con sus hijos, viéndose apoyadas por pedagogos y psicólogos.

En el plano de lo anecdótico, recordaré dos hechos significativos: “En el seguimiento realizado a algunos alumnos, al iniciar el proceso lector, a la edad ‘reglamentaria’, se quedaban estancados en el ‘tomate’ del libro de lectura Amiguitos, al empezar el aprendizaje de la ‘t’.” Por otro lado, en un curso sobre métodos de Lectura y Escritura donde se ponían de manifiesto las ventajas de una serie de métodos propuestos, al finalizar el mismo, una veterana maestra, dirigiéndose a mí, me dijo: “Compañero, todo esto que no han presentado aquí no sirve para nada. Yo llevo muchos años enseñando a leer a pequeños, y siempre he utilizado el ‘Rayas’, con excelentes resultados”.

En respuesta a la pregunta formulada anteriormente, sobre cuándo es conveniente que el niño empiece el proceso lector, la respuesta es, cuanto antes. Porque cuanto antes transfiera el niño, que acaba de irse empapando de su lengua durante los primeros años de su vida, su sistema fónico al gráfico, más plenamente insertará su lengua en el cerebro como un todo, oral o escrito, pasarán las palabras indistintamente en su grafía o en su pronunciación; lo uno será el reflejo fiel de lo otro, como en un espejo transparente.
 

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