Dicen que los eurodiputados se
aburren mucho en Bruselas. La gente aburrida cuenta con una
gran ventaja: que nunca se queda afónica. Los bostezos de
los parlamentarios son estruendosos. Están en consonancia
con la pasta que ganan y la poca actividad que desempeñan.
Los hay que hablan del aburrimiento como un signo de
distinción. De ahí que los políticos desterrados en Bélgica
se hayan aprendido de memoria lo que dice Aldous Huxley
en Un mundo feliz: “No puede haber una civilización
duradera sin una buena cantidad de vicios amables”.
Muchos de los parlamentarios europeos sueñan con acercarse,
de vez en cuando, a la vecina Holanda para dar cumplimiento
al deseo de Huxley. Pero temen verse envuelto en el
escándalo y han optado por algo más fácil: destacar la
importancia que tiene la pornografía en nuestras vidas.
De manera que, poniendo como coartada la necesidad que tiene
el cine de europeo de ser promocionado, hace catorce semanas
que decidieron colgar en su canal de YouTube escenas
de sexo donde prevalecen los orgasmos gritados de varias
parejas. Todas ellas pertenecientes a las películas
subvencionadas por la institución. Y dicen que con gran
éxito de público y escasas quejas de los moralistas.
Lo cual no ha impedido, faltaría más, que se vuelva abrir el
debate, tan antiguo, sobre la diferencia existente entre
erotismo y pornografía, o, lo que es igual, entre sexo y
pornografía. Y la discusión ha hecho posible que salga a la
palestra un portavoz gubernamental para poner las cosas en
su sitio:
-Déjennos por una vez tener sentido del humor y evitemos el
caer en aquella guerra de los años cincuenta sobre qué es
sexo, qué es pornografía y qué es lo que simplemente pueda
verse de forma normal en televisión.
Sentido del humor era lo que tenían las autoridades
ibicencas cuando los jóvenes llegaban a la isla gritando
“haz el amor y no la guerra”. Y allá que paseaban, en años
de prohibiciones, en cueros, en pelotas vivas, por playas de
arenas blancas y hacedoras de un milagro: lograr que los
lirios germinasen en ellas.
El castigo, cuando se ordenaban redadas para hacer el paripé
de que se cumplía con la ley, consistía en llevar a los
nudistas al juzgado sito en la calle Juan de Austria
y hacerles pagar una multa que les daba derecho a volver a
las andadas durante el resto del día. ¡Qué arte y qué
hipocresía la de los españoles de aquellos años donde las
parejas viajaban a Francia para ver funcionar a Marlon
Brando!...
La Ibiza de entonces parecía el mejor remedo de las
civilizaciones griegas y romanas. Sitios ambos donde la
prostitución y pornografía disfrutaban del beneplácito de
todos los ciudadanos. Porque ambas cosas van unidas. Ya que
la pornografía, en su acepción original, se refiere a la
descripción de la vida, las costumbres y las maneras de las
prostitutas y sus clientes, encaminadas a persuadir de sus
excelencias.
Con los vicios amables de griegos y romanos trató de acabar
el Edicto de Milán del año 313, por el cual la religión
cristiana pasó a ser la oficial del Imperio. Así, la
pornografía, y toda manifestación pública que tuviera
relación con el sexo, fue menguando, victima de un moralismo
que llegó a inventarse un cinturón de castidad, medida
protectora del “honor” de los cruzados. Luego, gracias a la
lectura del Decamerón de Bocaccio, sobre todo, nos
enteramos de que detrás de tanto rezo, cruzado y obsesión
religiosa, había lo mismo de siempre.
En suma: que los eurodiputados, ya era hora, se han dado
cuenta de que la jodienda -perdonen el vulgarismo- es lo
mejor para aplacar a las fieras. Y son muchas, actualmente,
las que ponen en peligro nuestras vidas.
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