Hoy, todos los neoconservadores,
deberíamos andar exultantes y engallados, porque, el Zetapé,
ha tenido que darnos la razón y cambiar parte de un Gobierno
Demócrata por tecnócratas, que es algo por lo que siempre
hemos apostado. De hecho, ¿Quién no prefiere que, sus
intereses los gestionen, técnicos, expertos, antes que
enchufados?.
La derecha republicana neoconservadora siempre ha tenido
debilidad por la excelencia, las titulaciones, los
doctorados y la meritocracia, es decir, por la España que se
levanta a las seis y media o las siete de la mañana para
ponerse a currar como fieras y de entre ellos, de entre los
que, toda su vida han madrugado para ganarse el pan
honradamente, es de donde han de salir quienes nos gestionen
con dignidad y conocimiento. Ministro de Sanidad el
incomparable médico e investigador Bernat Soria, un tipo
superdotado, de inteligencia sublime, rompedor y cabezón,
que amenazó con largarse a Shangai si no le dejaban llevar a
cabo esas investigaciones que son iluminación del Espíritu
Santo. Ni los nuestros hubiéramos elegido mejor. ¿Qué que
nos parece el de Cultura? Bueno, infinitamente mejor que la
pavisosa Carmen Calvo, pero no como los candidatos neocon
que serían Sanchez Dragó, Antonio Gala, Delibes o cualquier
maestro rural harto de pasar dificultades desasnando niños y
malviviendo con un sueldo de mierda. ¿Para Interior? Sin
dudarlo Arturo Pérez Reverte o los Comisarios Superiores de
Ceuta o de Melilla. ¿Defensa? Por supuesto, un príncipe de
la milicia, de academia y que pueda, por derecho propio,
vestir un uniforme militar, concretamente el General
Rodríguez Galindo, el hombre que más comandos de ETA ha
desarticulado y el más condecorado de España. Un soldado que
merece que, el PP le pida perdón por todo el mal que le ha
hecho. Será que hay veces que, la petición de perdón
dignifica más a quien la profiere que a quien, justamente,
la recibe.
Ya ven, hoy pensaba detenerme unos instantes, no en
recordar, porque el recuerdo, a veces, forma parte de los
cartílagos y del ADN, sino pararme a hablar de ese hijo
mayor, Gabriel Pineda, a quien tuve la desgracia de
sobrevivir. Contrariando todas las leyes del Universo y
sintiendo el desgarro profundo de una madre, figurada
biológicamente, pero real espiritualmente, que sobrevive a
un hijo. Refresco sus ardiles porque, mil veces alabamos
juntos la tecnocracia y juntos alucinamos cuando Celia
Villalobos, cuyo mayor logro intelectual ha sido en toda su
existencia, aprobar el COU, fue nombrada por dedocracia
aznariana, Ministra de Sanidad y todo porque, el marido de
Celia, Arriola, era una especie de asesor de imagen de Aznar
y el del bigote quería tener un detalle con él. Eso sucede
en las dedocracias, que se elige a los amiguetes, a los
fieles o al sobrino de la señora de la limpieza para premiar
lo primorosamente que plancha la raya de los pantalones.
Bananero pero cierto. Como la Ministra de Cultura, Pilar del
Castillo, que allá por los setenta abominara de su camarada
comunista, mi amigo Leopoldo del Prado, porque ella era
infinitamente más radical-marxista-chic y podía estudiar en
las Américas mientras el resto nos soplábamos los sabañones
en Granada, porque no éramos hijos del riquísimo promotor
Pepe Castillo. La dedocracia es nefasta. Es horrorosa y es
antidemocrática. Que un tipo salga electo como Presidente, o
gestor, no le hace propietario de un cortijo, sino encargado
de una heredad de la que ha de dar cuenta a sus dueños, que
somos los electores. Prefiero a técnicos puros, que
compartan una ideología común con los ganadores, pero
profesionales, aunque ni sean los más manejables, ni los
manipulables, ni la Voz de su Amo, ni amiguetes, Nada de
mamporreros. Técnicos puros.
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