Lo leí en el Diario Sur de ayer y
aluciné en plan místico, que no psicodélico ¿Qué en que se
diferencian los planes de alucine? Pues son muy distintos,
porque, con el misticismo levitas y te pueden salir
estigmas, te colocas rezando monótonamente el Santo Rosario
o dando vueltas como los derviches o le salpimientas la
experiencia con meditación de la buena, que no con
mortificaciones. Me consta, porque me ha sido revelado que,
el Padre, no ve con buenos ojos, sino con preocupada
incredulidad, el uso de cilicios lacerantes o de ayunos
rigurosos ¿Qué padre iba a complacerse viendo a un hijo
padecer? En la moral neocon, de valle de lágrimas lo mínimo,
al revés, hemos nacido para tratar de ser felices y dar las
gracias con alegría al Sumo Hacedor. Vale. Ese es un alucine
místico, que resulta muy reconfortante. El otro va de malos
rollos, con hongos o peyote de por medio o con el éxtasis
que, a estas alturas de la Historia, resulta más vulgar e
inapropiado que un ataúd tuneado con alerones, luces y
pegatinas. No es nuestra cultura y que me excusen los
chamanes, el brujo Don Juan y los New Age. ¿Qué dicen por
tal de contrariarme y hacerme quedar mal? ¿Qué hay una larga
tradición de grutas vascas con akelarres y untos de
alucinógenos en la ingle y en el sobaco para vivir
experiencias? OK. Dejemos a las pobres brujas medievales y a
sus mejunjes ¿O prefieren por un casual que pida que les
empapelen con un Auto de Fe? No me tienten, porque me
conozco y sé que tengo un mal repente.
Lo cierto es que leí que, cada dos días hay un suicidio en
la provincia de Málaga y que, el número de autofiniquitados
se acerca al de fallecidos en accidentes de tráfico. La
estadística sorprende, porque el tema del suicidio no es
carnaza para la prensa y, lógicamente, sale poco en las
noticias. Será para evitar el efecto llamada. Aunque
recuerdo que, a principios de los ochenta, en la comarca
rondeña, en los predios y aldeas, había unas cifras
alarmantes de muertes. Eso se achacaba, a nivel Audiencia, a
la soledad de la serranía, a la inmensa incomunicación de
los pequeños núcleos rurales, al aislamiento y a aquella
especie de epidemia que existió en su momento de que, cuando
alguien estaba harto y quería acabar, se iba a Ronda y se
tiraba por el Tajo. Algo bastante bestial pero sumamente
eficaz.
También salta de cuando en cuando la noticia de algún preso
suicidado en los calabozos o en las cárceles, más en los
calabozos que, suelen ser tan siniestros y apestosos, que
bien pueden llevar a una criatura a quitarse la vida en una
crisis de ansiedad. ¿Ustedes han tenido en alguna ocasión un
ataque de pánico o de ansiedad? Mejor ni lo hablamos, para
no tentar al destino, para no remover los fangos del ahora o
del mañana, para no retar a nuestras neuronas a reventar y
sublevarse. Que Dios nos libre y nos coja confesados.
Y podemos preguntarnos, en plan estúpido y como
extrañándonos ¿Por qué se quita la gente la vida? Pues no
hay que espaventarse ni hacerse de nuevas, en plan “eso no
nos “puede” pasar a nosotros”. Porque puede pasarle a
cualquiera. Tener el alma, el espíritu y el cerebro tan
agotados y tan absolutamente quemados que reviente la vida y
no se pueda más. ¿Qué matarse es de cobardes? No. No hay
cobardía, ni supremo acto de egoísmo, como dicen los
puristas, sino un paso tranquilo entre la desesperación
total, la agonía absoluta y el gélido “No puedo más”. Y si,
encima, el suicida es creyente y sabe que le espera la luz,
que no las tinieblas y que nuestro Creador no va a dar con
las puertas del cielo en las narices a un hijo que llega
dolorido, destrozado y hecho polvo, porque eso no lo hace un
padre... Entonces, el momento fatal es menos horrible y
mucho más acogedor que la angustia y la pena que se dejan
atrás. Pero he alucinado y me han impactado las cifras.
Porque todos somos conscientes de que nuestra realidad no es
bucólica, pero ¿Cómo hacer para determinar cuando el
sufrimiento de un ser humano se vuelve atroz? Que Dios nos
libre, tan solo queda rezar.
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