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OPINIÓN - VIERNES, 6 DE JULIO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Raúl del Pozo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Tras leer muchas opiniones sobre el Debate del estado de la nación, debo decir que ha sido la crónica parlamentaria de Raúl del Pozo, titulada Lucha libre en San Jerónimo, la que mejor se ha ajustado a lo ocurrido en el Congreso de los Diputados. Aunque he de confesar que la prosa del veterano periodista conquense, me predispone siempre a mirar con buenos ojos cuanto escribe. Y es así, por algo tan sencillo como contundente: trata por todos los medios de contarnos cosas bajo el mejor sistema posible: el de agradar e interesar.

Lo cual consigue haciendo un periodismo literario, como no podía ser de otra forma, donde su mayor problema consiste en tener que domeñar las imágenes si no quiere que éstas inunden todo el texto. De ahí que durante años, quienes le venimos leyendo con ánimo de estudiarlo minuciosamente, hayamos debido prestarle toda la atención del mundo a su evolución en esa necesidad que tenía Raúl del Pozo de equilibrar en sus escritos ese dicho de Croce: “Una idea sin imagen es ciega y una imagen sin idea está vacía”.

Ciertamente, hablar o escribir con imágenes, o sea, “en lenguaje figurado”, comporta no pocas dificultades y riesgos, porque un abuso de la imagen lleva prácticamente al descrédito de la imagen misma. En suma: los excesos nunca son buenos y hay extraordinarios escritores de periódicos, caso del maestro Antonio Burgos, por poner un ejemplo de excelencia, que anda todavía siendo muy generoso con los símiles, las comparaciones, las metáforas... Algo que Raúl del Pozo, como ya he reseñado, ha conseguido dominar, para bien de sus lectores; que así podemos disfrutar muchísimo de sus columnas, crónicas y cuanto decida publicarle su periódico: El Mundo.

Quienes lo han tratado mucho, no han dudado en resaltar que, siendo Raúl un periodista hecho a sí mismo, cuenta con una ventaja indiscutible: su conocimiento de la noche; de aquellas noches madrileñas de los años sesenta, cuando recién llegado a la capital era asiduo visitante de todos los garitos frecuentados por flamencos, putas, chaperos, artistas, jugadores de póquer, carteristas, chulos... Y aprendió muy pronto el lenguaje que se utilizaba en los tugurios. Y, sobre todo, su prosa está impregnada de wisky, de olor a porros, de madrugadas a la intemperie, de gitanerío y de dame un remolque que esta noche me han dejado en cueros.

El casticismo y la chulería, en el decir escrito de Raúl del Pozo, es tan natural como espontáneo. Se le nota a la legua que ha vivido durante muchos años llamando al sereno y procurando por todos los medios que la dueña de la pensión, de una pensión cualquiera en el Madrid de los Austrias, un suponer, no lo esperase despierta para darle la bronca. Porque uno, que vivió intensamente el Madrid de aquellos años, llamados los “felices sesenta”, cree a pie juntillas que las dueñas de las pensiones estaban todas enamoradas de quien estaba llamado a ser uno de los mejores periodistas de España.

De aquel tiempo (Cuando los periodistas ganaban cuatro perras y deseaban por todos los medios que hubiese conferencias de prensa o presentaciones de algo, donde al finalizar el acto se diera una copa de vino español para atiborrarse de canapés), yo recuerdo a Raúl del Pozo haciéndole fiestas a una cerveza y un plato de mariscos, invitación de Luis Elices; dueño de la Cafetería Bar Recoletos y uno de los entrenadores más destacados que han nacido en el foro.

Aquel Raúl tenía ya apostura, buena labia, y un agitanamiento que se metía por los ojos de las mujeres. Ahora bien, del hombre recomendado a Pueblo, cortijo privado de Emilio Romero, por José María García, nadie hubiera pronosticado, entonces, que se iba a convertir en una estrella del papel escrito.
 

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