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OPINIÓN - JUEVES, 5 DE JULIO DE 2007

 
OPINIÓN / VERBA SEQUENTUR

¿Falta de respeto o ignorancia zafia?

Por Miguel Massanet Bosch


Paracuellos del Jarama. Si existe en toda España un lugar de más infausto recuerdo les puedo asegurar que no lo conozco. Las terribles “sacas” de presos –que se iniciaron el 7 de noviembre de 1936 y continuaron hasta el 18 del mismo mes – provenientes de la cárcel Modelo de Madrid que, bajo la responsabilidad de S.Carrillo, fueron trasladados a Paracuellos del Jarama para ser vilmente asesinados al borde de las zanjas que, previamente, se habían dispuesto para recibir sus cuerpos; es una de las ignominias mayores de la guerra civil. Aquellos fusilamientos dejaron, para siempre, el nombre de la pequeña localidad marcado por el estigma del odio y la venganza. Quizá sea por ello o acaso por el hecho de que, tales crímenes, han quedado arrinconados voluntariamente en el olvido por aquellos que quieren reescribir la Historia a su modo – utilizando como única herramienta su fantasía fanática y revanchista –, que me es imposible comprender como, el Gobierno, ha decidido celebrar los funerales de las seis víctimas de la guerra del Líbano, en un lugar de tan infausto recuerdo para los españoles que detestamos todo tipo de violencia y, máxime, cuando esta se ejerció contra personas inermes. No me sirve de excusa que allí esté emplazada la sede de la brigada paracaidista, porque, para un evento de una naturaleza tan dramática, existen en Madrid iglesias o lugares más adecuados que, sin duda, se prestaban a darle el realce que el fúnebre acto se merecía.

Claro que esto hubiera sido si no tuviéramos un gobierno socialista y no hubiera elecciones legislativas más cerca de lo que a ellos les apetecería; seguramente los de la Moncloa no han querido una asistencia masiva por miedo a que el pueblo quisiera pasarles factura por los nefastos errores que han precedido a la muerte de estos seis muchachos. Parece ser que hasta se restringió la posibilidad de que Esperanza Aguirre pudiera consolar personalmente a las familias. El grado de mezquindad y maldad encerrado en el comportamiento del Ejecutivo, sólo es parangonable con la incompetencia, desidia y torpeza, sino imprudencia temeraria, que les corresponde a aquellos que tenían la responsabilidad de velar por la seguridad de la tropa que tenían bajo su mando. El hecho de que faltaran inhibidores para los vehículos y que estos no estuvieran acorazados ya, de por sí, suponen un acto de negligencia; pero todavía lo es más el que se hubieran pedido en noviembre y todavía no se los hubieran servido cuando, según técnicos en la materia, es un artilugio sencillo que las casas especializadas lo sirven, prácticamente, al momento. En ningún caso se puede argumentar que interferían los instrumentos de los blincados puesto que dichos aparatos están dotados de unas “ventanas” especiales que les permiten interferir sólo las frecuencias que se deseén.

Pero la prueba más palpable de la clase de personas que nos gobiernan, es la forma en la que ha actuado el señor ministro del Ejército. Por supuesto que la primera sinrazón y lo primero que se le puede achacar a un gobierno es que en este cargo no tenga a un militar, y esta queja vale para todos los partidos; pero, aún admitiendo que desempeñe el cargo un civil, lo menos que se le puede pedir, mejor dicho, exigir, es que tenga respeto por los muertos y que se comporte ante los masacrados con un mínimo, diría de urbanidad, pero prefiero calificarlo de respeto y decencia. Porque, veamos señor Alonso, yo comprendo que hay casos en los que uno puede prescindir de la corbata y vestir una sariana y una camisa, pero no me negará usted que presentarse en un túmulo, por sencillo que sea, donde reposan los cadáveres de seis soldados, muertos en servicio a la patria; con una indumentaria más propia de una barbacoa familiar que de un ministro del reino, tiene bemoles. Realizar un acto solemne de imposición de medallas como quien se va de excursión al campo no lo hace nadie que tenga un poco de respeto por las formas, que en un representante del Ejecutivo, tienen su importancia. Pero el señor Alonso, no satisfecho de su actuación ante los masacrados, va, y con toda su flema, se baja del avión, que lo retorna a la patría, y se presenta ante el comité de recepción – donde esperaban, perfectamente trajeados el Príncipe de España, el Presidente del Gobierno y todas las autoridades – ¡con la misma sariana y camisa sin corbata, como si fuera lo más natural del mundo y sin que se le cayera la cara de vergüenza! ¡Vivir para ver!

Sin entrar a juzgar si la condecoración debería llevar distintivo rojo o amarillo; sin entrar a dirimir si el fallecimiento se produjo en una acción de guerra o no y sin juzgar si los soldados estaban protegidos adecuadamente; lo que sí podemos constatar, sin duda alguna, es que las formas que usa este Gobierno que padecemos no se pueden tachar más que de horteras. Serán ministros, serán lo que sean, pero a todos se les nota, por debajo de sus coches oficiales, de sus poses de personajes importantes y de sus claveles socialistas, el pelo de la dehesa; porque, señores, en mi tierra mallorquina hay un dicho, que me permitiré traducirles: “Los cerdos y los señores han de venir de casta”. Todo lo contrario, sin embargo, podemos decir de las exquisitas maneras de los príncipes que, en todo momento, estuvieron a la altura del acontecimiento, dando muestras de buenos sentimientos y de saber estar en el lugar que les corresponde. Resaltar la emoción de la princesa Leticia que fue incapaz de retener las lágrimas que, en sus bellos ojos, relucieron con especial intensidad. Y esto lo confiesa uno que no es especialmente monárquico, pero es de justicia reconocerlo. Una lección para la chusma que no sabe distinguir entre un acto solemne y un picnic en la playa.
 

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