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OPINIÓN - JUEVES, 5 DE JULIO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Consecuencias de un debate
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A Juan Vivas le esperan cuatro años muy difíciles como presidente. Quizá los más complicados que ha tenido hasta ahora al frente del gobierno. No hace falta ser adivino para adelantar un hecho que es de cajón. Por más que él, confiado en sus posibilidades y crecido por la obtención consecutiva de dos mayorías absolutas, confíe ciegamente en poder soltear los obstáculos que se le irán presentando.

Verdad es que el contar con el aprecio mayoritario de los ciudadanos hace que cualquier político se crezca y se atreva a enfrentarse con los problemas de manera bien distinta a cuando está presionado por los cuatro costados. Los aplausos por sistema y los halagos continuados son, si el político no pierde la cabeza, armas indispensables para afrontar con serenidad y buen pensar todos los retos que se vayan presentando. Todo ello concurre en la figura de Juan Vivas.

Sin embargo, toda situación por boyante que parezca tiene su pero adversativo, y en el caso que nos ocupa también aparece en el horizonte con claridad meridiana. Si el partido Popular no consigue ganar las elecciones generales, mucho me temo que los problemas del presidente de la Ciudad se irán incrementando a medida que serán más las dificultades para salir airosos de ellos. Por mucho que sea su predicamento como político.

De ahí que el martes, mientras aguantaba estoicamente sentado en el sofá de la salita de estar el Debate del estado de la Nación, pensé, durante algunos pasajes de éste, en lo mal que lo tendría que estar pasando Juan Vivas. Porque me imaginaba que nuestro presidente, a pesar de que anda siempre agobiado de trabajo, no se habría perdido esa guerra abierta que mantuvieron José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy.

Una batalla dura, en ocasiones cruel y en la cual, sin prisas pero sin pausas, se fue imponiendo el presidente del Gobierno ante el más destacado dirigente de la oposición.

Un combate donde el aspirante a convertirse en inquilino de la Moncloa fue de más a menos y terminó perdiendo por puntos; si bien estuvo en un tris de quedar noqueado en la lona del Congreso de los Diputados por su contrincante. Una actuación que puede costarle la pérdida de las elecciones al PP. Algo muy posible, salvo que lo subsane cualquier tragedia de la que no estamos libres. Por tal motivo, creo que Juan Vivas, inteligente donde los haya, debió percatarse de lo ocurrido y, conociéndole, a buen seguro que preparará el terreno a fin de que esa situación, caso de producirse, no lo coja con el pie cambiado.

Parece mentira que Mariano Rajoy, tan alabado por ser un magnífico parlamentario, con tanta flema y porte de político inglés, perdiese los papeles en cuanto ZP fue a por él con descaro y con una malaúva impresionante. En esos momentos del debate tuve la ocasión de comprobar cómo la fragilidad de Rajoy es mucho mayor de la que yo empezaba a vislumbrar. No resistió el que su oponente, con gran desparpajo y una sonrisa helada en la comisura de sus labios, le fuera relatando las razones por las cuales su paso por los diferentes ministerios, durante los gobiernos de Aznar, hubiera pasado desapercibido.

Así, consiguió ZP lo apetecido: convertir a su rival en alguien muy distinto al que le había estado torturando, sin piedad, una y otra vez, por el fracaso tenido en el proceso de paz con los etarras. El cambio fue radical: de un Rajoy firme, sereno, incisivo, y atiborrado de severidad, se pasó a ver un hombre disminuido, cuyos tiques cada vez más acentuados le hacían ganarse las iras de las cámaras.

Insisto: Juan Vivas debió pasar un mal trago. Aunque el presidente está preparado para lo que se avecina. Que no será moco de pavo. Ni mucho menos.
 

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