Este verano ha presentado muy
pronto su tarjeta de visita sangrienta: cuando todavía
apenas se sostiene en pie nos ha hecho ver que en el Líbano
la vida no vale nada. Que allí se puede morir en cualquier
instante; porque es sitio maldito desde hace ya muchos años.
El país de los cedros, el que fue tenido por la Niza de
Oriente Medio, no acaba de tener un ejército con fuerza
suficiente para poder estar solo. Y, claro, Israel lleva
muchos años convencido de que esa debilidad hace posible que
el territorio libanés sea un refugio de terroristas y de
militares sirios. Ya en 1982 las tropas de Israel invadieron
el Líbano. Y Ariel Sharon, entrevistado por Oriana
Fallaci, habló con claridad meridiana: “Nunca
aceptaremos un gobierno en Beirut dispuesto a acoger
nuevamente a los terroristas y a los sirios”.
Veinte años después de la matanza de Sabra Y Shatilla,
Begin está muerto y Sharon en estado de inconsciencia.
Sus detractores los siguen acusando de haber sido los
instigadores de la muerte de tres mil palestinos y sus
defensores responden que esa matanza Histórica se hizo sin
el conocimiento de ellos. Que fue la falange cristiana
libanesa. Y ésta continúa alegando haberse enfrentado a
terroristas de la OLP.
De cualquier modo, a partir de ahí aumentó aún más el odio
entre partes: musulmanes por un lado y judíos por otro
siempre encuentran motivos para hacer del Líbano un
escenario de guerra. En principio, porque resulta imposible
que perdure un gobierno en Beirut al frente del cual esté un
hombre capaz de mantener a raya a musulmanes y sirios. Un
aliado que le permita a los israelíes no sentirse amenazados
desde allí. Luego están los enfrentamientos religiosos entre
chiís, suníes, cristianos maronitas, drusos... Un volcán en
permanente estado de erupción.
Pues bien, en medio de los atentados terroristas de Hizbulá
o de Fatah al islam y de los enviados de Al Qaeda, nuestro
soldados allí destinados están siempre en permanente
peligro. De ahí que a José Luis Rodríguez Zapatero no
debe llegarle la camisa al cuello, cuando las elecciones
están a la vuelta de la esquina. Un presidente del Gobierno
que está llamado a envejecer de aquí a nada. A no ser que
tenga sangre de horchata para aguantar estos meses. Meses de
vivir en un ay no vaya a ser que le comuniquen, en cualquier
momento, malas noticias del Líbano, de Afganistán o que lo
pongan al tanto de que los etarras han cometido una
fechoría. Que es lo que se puede esperar, desgraciadamente,
de un mundo en el cual el terrorismo campa por sus respetos.
Y trata de amedrentar a los ciudadanos para que éstos vayan
contra los gobiernos.
Porque me imagino que en el Reino Unido deben andar estos
días aterrados. Y eso que ahora ya Toni Blair se ha
dado el piro. Si bien podría salir algún comunicado diciendo
que los terroristas no lo desean como mediador de nada.
Mientras, algunos especialistas de la cosa dicen que el
problema del terrorismo es político: por mor del conflicto
palestino, la guerra de Afganistán y de Irak. Y esa opinión
no debería caer en saco roto: sobre todo cuando nos
acordamos de cómo la invasión de Afganistán se hizo al grito
de Operación Justicia Infinita o de Operación Libertad
Duradera. Y, desde luego, la de Irak: basada en que Sadam
tenía armas de destrucción masiva, jamás encontradas.
Tampoco ayudan nada los errores que cometen tan a menudo los
invasores: en este caso, ha sido un bombardeo de la OTAN que
ha matado a docenas de civiles en Afganistán.
Hoy se celebra el debate del estado de la nación. Y lo ideal
sería que no se hablara de terrorismo. Salvo que se hiciera
para aunar voluntades a fin de acabar con esa lacra. Temo
que no será así.
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