¿Ustedes gozan de las vacaciones?
Me refiero a romper con lo cotidiano, llenar el coche de
maletas para chupar kilómetros, contratar algún cutrerío en
Halcón Viajes, como “Cancún a precios tirados”, alargarse a
una de esas “ciudades de vacaciones” con balnearios rococós
de estética estremecedora u optar por el más elegante
turismo rural en un hotelito con encanto del norte. ¿Qué sí?
Pues tienen suerte. No por parpadear deslumbrados ante el
barroquismo de las piscinas cubiertas de Marina D´Ors, ni
por apretujarse con el turismo guiri de chancla de plástico
de Benidorm, que es la Amazonia española, donde se han
sustituido los grandes árboles con lianas, por el cemento
con parabólicas. Tienen suerte porque desconectan. Y se lo
dice una abogada y periodista, que de pasar fatigas perdió
la vista, que en los últimos veintiocho años de profesión
paladeó, por vez única en el año 1995, un periodo de asueto
de cinco días en Huesca, concretamente en Roda de Isábena,
la catedral más antigua del mundo, anterior a la de Jaca,
donde mi malcriado marido, el viejo pintor Erik el Belga,
inauguró una exposición de pintura que había donado al deán
de la catedral, su confesor, Mosén Leminyana.
¿Qué preguntan? ¿Qué como es la parte oscense? Pues algo
maravilloso donde aún, quien tenga dinero y espiritualidad
(presumo de gozar de lo último y carecer absolutamente de lo
primero) puede pillarse una casa maravillosa por cuatro
gordas, disfrutar como un enano con la restauración y
apañarse un Shangri Lá para perderse. El norte de nuestra
Iberia vieja es un placer sin límites que se vive con los
sentidos. Por más que topes con grupos de urbanitas
disfrazados de Indiana Jones, con botas de montañeros, pero
ese tipo de turismo cultural no es contaminante, no llevan
DVDs aullando por Camela o por El Barrio, ni se emborrachan
y mean en la calle. Tampoco hacen concursos de eructos, como
los alemanes en Mallorca, ni merdellonizan el paisaje en
plan patulea de agotados mirones con los pies recocidos.
Pero todas las especies humanas que vacacionan son
infinitamente superiores a mí, que no voy a ningún sitio y
continuo pergueñando recursos de reforma y subsidiaria
apelación contra cualquier cosa recurrible, tecleando
historias en la pantalla mágica del ordenador, en uso y
abuso de la Patria chica que es mi mugriento teclado y, en
el colmo del exotismo y el hedonismo, soy capaz de arrimarme
al Rocamar, en la playita de Pedregalejo y meterme entre
pecho y espalda un batido de fresa con un comprimido de
quemacalorías para no metabolizar. ¿Qué dicen? ¿Qué yo me lo
pierdo? En efecto, pero cuando no se puede, no se puede, así
que las Operaciones Salida y Retorno no cuentan para mí más
que cuando me he de dirigir a Botafuegos a visitar a alguna
criaturita y topo con los atestados vehículos del Paso del
Estrecho a nivel del carísimo, abusivo y bandolero peaje de
la autopista de Marbella. ¿Qué es la más cara de España? Sin
duda. No en vano la bautizaron con el nombre de “Autovía
Luis Candelas” y los operarios van vestidos de bandidos de
la Serranía de Ronda, por mor del turismo y te piden el
importe del ticket apuntándote con un trabuco inutilizado
por la Benemérita en el departamento de control de armas.
¿Qué dicen? ¿Qué si rabio de envidia al quedarme sin
vacaciones? Bueno, es relativo, porque, en el fondo,
vacacionar agota mucho, hay que hacer pechá de distancia, se
tarda en llegar a los lugares, si te pintan el sitio como
“de ensueño” te tienes que poner vacunas que hacen reacción,
el “aire puro de montaña” es un frío que pela y encima hay
que regresar en nada de tiempo y da el estrés posvacacional,
con desmotivación, ansiedad y melancolía. ¿Qué musitan con
esas caras de boquerones en almíbar? ¿Qué me muero de ganas
de irme de asueto al dolce far niente y lo que trato es de
disimular con argumentos vacíos? Tienen razón. ¡Vacacionar!.
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