Yo sé de qué manera pensaba
Antonio Sampietro Casarramona acerca de cómo tenía que
actuar el Grupo Independiente Liberal (GIL) en Ceuta. Lo sé
porque fui invitado a la cena que el candidato a la
presidencia dio en la caseta de san Urbano para anunciar que
los gilistas se presentarían a las elecciones de 1999.
Sucedió ello en las fiestas patronales de agosto de 1998.
Estuve sentado a la mesa junto a Luis Ortiz -ex
marido y amigo perpetuo de la señora Gunnila- y muy
cerca de Aida Piedra: cuya minifalda dejaba ver un
muslamen muy robusto. AP permanecía siempre atenta a las
palabras de Sampietro y parecía tener la orden de contestar
lo justo y siempre con monosílabos.
Tampoco estaba yo muy lejos de Juan Carlos Ríos;
aquella noche de feria y principio de una etapa para él que
le auguraba mucho poder municipal. A JCR lo delataba su
alegría y cómo se reía ante las gracietas que hacía uno de
los “choris” más destacados de la Marbella de los años
setenta y ochenta: el ya reseñado Luis Ortiz.
Finalizada la conferencia de prensa que dio Sampietro, se me
pidió que siguiera con los allí presentes durante gran parte
del tiempo que duró la sobremesa. Y pude enterarme de que el
GIl no era un partido al uso sino un grupo de buenos
gestores cuya generosidad con los afines era tanta como su
mala voluntad con sus opositores. En un momento determinado
de la noche, se me dio el siguiente mensaje para el editor
del periódico en el cual yo escribía entonces: si está de
nuestra parte saldrá bien librado; de lo contrario, nos
vamos a pasar su medio por... donde nos plazca.
A la salida de la caseta hallé al editor del medio por el
recinto ferial y me preguntó qué tal había ido mi misión en
la caseta, y le conté la verdad del cuento. A partir de ahí,
y tras ganar las elecciones el GIl, todo es bien sabido.
Por consiguiente, lo que no entiendo son las declaraciones
que viene haciendo, ahora, Antonio Sampietro a Paco Moya
y Agustín Hervás, en relación con sus vivencias
en Cuba, Marbella y Ceuta.
Sampietro, tachado en su juventud de bon vivant y de playboy
de piscina, declara que su gran error fue afiliarse al GIL:
un partido sin ideología, siendo él un hombre de centro
izquierda. Un error que dice haberle costado la ruina
económica.Y se queda tan pancho. A Julián Muñoz le
saca las tiras de pellejo y con Jesús Gil se ensaña:
se nota que al estar muerto le ha perdido el miedo que le
tenía en vida. Le hace Sampietro un retrato moral al dueño
de Imperioso que, seguramente, don Jesús debe estar dando
brincos en su tumba.
Luego se mete en tareas de sociólogo para contarnos que lo
ocurrido en Marbella, es decir, el poder omnímodo adquirido
por Jesús Gil en ese municipio, se debió principalmente a
que los primeros años de la década de los noventa fueron
dominados por figuras tan caricaturescas como el propio Gil,
Jesulín de Ubrique, Manuel Díaz “El Cordobés”
y Chiquito de la Calzada. Fenómenos televisivos por
los cuales se decantaba el populacho.
Y continúa largando: “Lo que nos permite darnos cuenta de la
vulgaridad que reinaba entre una gente carente de razón
crítica”. A mí no me cabe sino responderle así: Arsa pilili,
ele mi Toni y vivan los tíos con saber y con arrestos.
De su paso por Cuba nos habla de las miserias de una
dictadura en la cual él, por lo relatado, vivía
cojonudamente. Tal es así que yo no entiendo que en sitio
tan decadente y misérrimo se pudiera ir a la búsqueda de
cubanos para que vinieran a Ceuta como turistas. Algo que se
hizo siendo el gran Toni presidente de esta tierra.
Resumiendo: Sampietro lo mejor que debe hacer es olvidarse
de esta ciudad. Pues su decir de ella la deja en peores
condiciones que la Chata de Cái...
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