La vida no es nada fácil para
todos aquellos que nos hemos tenido que enfrentar a ella,
sin más armas que nuestros deseos de llegar, algún día, a
conseguir ocupar el lugar que nos propusimos, teniendo que
sortear todos los obstáculos que nos hemos encontrado en
nuestro difícil caminar. Y todo ello sin deberle nada a
nadie, llegando a ser, lo poco que podamos ser, por nuestros
propios méritos. ¡Que levanten las manos aquellos a quiénes
les hayamos pedido algún favor para nosotros o para algunos
de nuestros familiares!.
Nadie, jamás, podrá levantarlas, porque nunca pedí favores a
nada ni a nadie en este mundo que nos ha tocado vivir. Y,
por supuesto, jamás hice la cobardía de tratar de conseguir
para ningún familiar un puesto que tenía otra persona. Eso
debería ser denigrante para todos aquellos que se las dan de
ser personas toda bondad y amor sin límites al prójimo.
Manda… tener que soportar a estos “buenos”
Toda esta fauna de parásitos de la sociedad acostumbran,
cómo no, a tratar de pasar todos sus defectos al resto del
personal. Son ególatras en grado sumo, vendedores de humo,
llevando por bandera el odio, la envidia y el rencor hasta
la saciedad. Y son todos esos defectos los que tratan de
traspasarlos a los demás, sin darse cuenta, que al tratar de
hacerlo, lo único que consiguen es presentarse tal y como
son ellos mismos, ante la caída de la careta tras la cual se
ocultan.
Todos aquellos que tuvimos que abrirnos camino en la vida,
sin más armas que nuestros propios esfuerzos, jamás seremos
ególatras, ni el odio, la envidia o el rencor formarán parte
de nuestra manera de ser porque, siempre, hemos sabido donde
están nuestras raíces de las que jamás hemos renegado
porque, en muchas ocasiones, hemos de recurrir a ellas para
resolver los problemas que se nos han planteado. Porque
allí, en esas raíces, está la mejor universidad del mundo,
la calle.
Esa calle que, por supuesto, desconocen todos estos
parásitos de la sociedad, por el convencimiento de que
reunirse con la plebe podría perjudicar su imagen de persona
santa entre los santos, cuyos oídos no podrían soportar
alguna que otra palabrota soltada por esos seres inmundos
que pueblan las calles de cualquier ciudad, pegándole
patadas a una pelota de trapo.
El odio, el rencor o la envidia, jamás tuvieron sitio en el
particular diccionario de toda esa plebe que, al contrario
de todos esos parásitos de la sociedad, santurrones de
pacotillas, tienen un corazón que no les cabe en el pecho,
acudiendo en ayuda de todos aquellos que la necesitan, sin
esperar recibir ninguna recompensa, ni tan siquiera del
cielo, ese cielo que tanto invocan todos estos santurrones
que tratan de ganárselo por medio de la falsedad y la
hipocresía. ¡Sepulcros blanqueados!.
Cómo se puede ser tan falso y tan hipócrita en esta vida, en
la que sólo estamos de paso. Quizás porque todos esos
parásitos de la sociedad piensa que, con ese bagaje, irán
derechitos al cielo. Manda…la película.
Dios, su Dios, ese que engañan a diario, sólo existe para
ellos. La plebe no tiene derecho alguno a tener Dios. Serán
gilipollas.
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