O, en moderno, ¿Quién le pone
extensiones de cabello natural al felino arañaojos?
Complicado. Porque faltan redaños, o porque, desde los
despachos suntuosos la cercanía al sentir del pueblo llano
es inexistente. Demasiados años luz. Pero el asesino de la
joven Sandra, violada, torturada, quemada y atropellada, va
a quedar en libertad tras cuatro años de vagancia a la
sombra acogedora de un correccional. El elemento era “menor”
y en esos cuatro años, ha realizado algunas chapuzas en el
taller de carpintería y ha aprendido a comer con cuchillo y
tenedor.
Pero el Sistema es garantista y “reeduca” (de ahí la
utilización de los cubiertos) y va a “reinsertar”. Nunca a
proteger a la sociedad de elementos potencialmente
peligrosos, que apuntan claros rasgos de psicopatía, cuando
no se trata de auténticos psicópatas declarados.
La llamada eufemística y cursilonamente “Ley del Menor” que
debería llamarse de manera adecuada “Ley del Joven”, se
promulgó y fue recibida con desconfianza y cautela. Eran una
serie de normas buenistas, encaminadas a una realidad
bucólica y pastoril y a un ramillete de presuntos jóvenes
delincuentes prestos a recapacitar y a enmendarse con la
amorosa ayuda de asistentes sociales, educadores, maestros y
psicólogos. Pero resultaba absurdamente irreal y en modo
alguna disuasoria para los instintos delictivos de
determinados muchachos. Es más. La criminalidad se
incrementó y los sociópatas menores de dieciocho años
aprendieron de inmediato que, con la Ley en la mano, eran
prácticamente impunes.
Fuimos muchos los que nos aunamos a los esfuerzos del propio
Esteban Ibarra, el del movimiento contra la intolerancia y
por tanto, libre de cualquier sospecha de intolerante, en la
Plataforma para la reforma de la Ley del Menor. ¿Cómo
estuvieron los Populares para parir semejante despropósito?
Entonemos todos el mea culpa, porque votamos PP, pero culpa
de la ciudadanía no fue, ni la normativa respondió a ningún
clamor social. Muy por el contrario, las cifras de delitos
aconsejaban rebajar la edad penal a los dieciséis años
porque, en los módulos de menores de las prisiones existían
y existen suficientes infraestructuras y unos equipos
técnicos de Tratamiento, configurados por auténticos
expertos capaces de determinar con rigor tablas de factores
de riesgo. Amén de una seguridad y una disciplina controlada
por los eficaces funcionarios de prisiones.
Un correccional, perdón “Centro de Reforma” puede servir
para jóvenes determinados, en absoluto peligrosos ni
multirreincidentes y que, por su edad, porque no son niños
de teta, sino muchachos que, en otras culturas son
considerados hombres hechos y derechos, comprendan y
determinen el mal causado y estén firmemente dispuestos a
repararlo y a enmendarse. Un Centro de Reforma tiene que ser
una oportunidad para quien lo merezca y demuestre sus
méritos. Si no es así, el ingreso en prisión es la amenaza
con mayor poder disuasorio que existe para el delincuente
potencial. El pueblo español no desea leyes compasivas con
los malhechores y despiadadas con las víctimas. Al PP le
entró el síndrome del “redentorismo compulsivo” y quiso
poner a los delincuentes, algunos auténticos asesinos, a
hacer manualidades y a asistir a terapia de grupo con el
psicólogo, cuando lo que, la mayoría necesitaba era
disciplina, orden, aprender a respetar las normas, trabajo
duro y la intervención de psiquiatras capaces de determinar
patologías.
El partido político que le ponga el cascabel al gato de
reformar la Ley y rebajar la edad penal, haciendo así mismo
extensiva la norma a chavales de hasta doce años que
delincan, encontrará un amplia respaldo popular. Con el
ejemplo de Sarkozy, en Europa ha pasado la moda de los
políticos merengosos y de los profesionales de la buena
conciencia. Es necesaria una nueva Ley del Joven. Y es
necesario, para la tranquilidad del pueblo, desempolvar,
modernizar y aplicar leyes de peligrosidad Social y de Vagos
y Maleantes.
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