Hace ya bastantes meses que le
dediqué esta columna. Y no fue para felicitarlo, sino para
animarle a soportar aquel difícil momento en el cual no pudo
impedir que muchos de los suyos se manifestaran ante la
puerta del Ayuntamiento. Un duro golpe que estuvo a punto de
noquearlo.
Pero, una vez más, Ángel Gómez se levantó a tiempo
para salir indemne de aquel mal trance. Cierto es que mucha
gente lo defendió -sobre todo los movimientos vecinales-,
aunque conviene decir que este hombre se crece ante el
castigo.
De no ser así, imposible le hubiera sido a este
vallisoletano, que lleva más de media vida en Ceuta,
afrontar los problemas que le han ido surgiendo al frente de
la Policía Local, con el éxito conocido. Y a los hechos me
remito:
¿Quién no recuerda de qué manera supo librarse de las garras
de Francisco Fraiz?: Alcalde atrabiliario que se la
tenía jurada a Gómez desde antes de tomar posesión del
cargo.
Sí, ya sé que el jefe de la Policía Local tuvo que luchar
denodadamente para poder reintegrarse a un puesto que el
monterilla Fraiz trató por todos los medios de quitarle. Se
dijeron muchas cosas al respecto; y algunos optaron por la
vía de la infamia para procurar acabar con AG. Tal vez
debido al temor que decían tenerle por lo bien informado que
estaba de la vida y milagros de ciertos políticos.
Alguien, conocedor de la trama, me dijo entonces que muchos
decían cosas malas de Gómez no por lo que sabían de él, sino
por lo que él sabía de ellos. En cualquier caso, la verdad
del cuento es que el jefe de la Policía Local volvió a su
puesto con nuevos aires y renovados bríos. Y, desde luego,
convencido de que había ganado una batalla difícil y ante un
enemigo complicado. Lo cual, unido a su reconocida habilidad
y conocimientos de cuanto acontecía en un Cuerpo que iba
creciendo con el paso de los años, hasta convertirse en una
institución tan poderosa como nutrida y complicada, lo situó
otra vez como manda importante y temido en muchos aspectos.
Confiado en su poder, cuando se quiso dar cuenta ya estaba
Antonio Sampietro pisándole los talones. Tal vez
porque Ángel Gómez nunca renegó de su militancia en el
Partido Popular. Y, naturalmente, porque su cargo gustaba de
manera extraordinaria a varios de los militares que habían
hecho proselitismo del GIL en los cuarteles.
Antonio Sampietro, quien anda ahora contando historietas
acerca de su pasado presidencial en Ceuta, dedicó parte de
su tiempo a sacar de sus casillas a Gómez. Lo trató como a
un don nadie y lo sometió a las pruebas más injustas. Y allá
que nuestro hombre, con más años y con menos ganas de
pelear, parecía que estaba dispuesto a ceder. Máxime cuando
algunos de sus colaboradores más apreciados, y en los que
había depositado toda su confianza, se bebían los vientos
por los gilistas y le daban la espalda.
De pronto, cuando menos lo esperaba, ¡zas!: Se produjo el
voto de censura y los suyos, los populares, nada más hacerse
con las riendas del poder, lo devolvieron a su sitio y,
encima, lo ascendieron a Superintendente. Más tarde fue
Director General de Gobernación y, luego, Director General
de Protección Civil.
Ahora, cuando apenas se hablaba de Ángel Gómez y existía
cierto interés en mantenerle alejado de su cargo, me entero
de que regresa a su despacho como Superintendente de la
Policía Local. Y me alegro muchísimo de lo ocurrido. Sobre
todo porque a ver si de una vez por todas consigue que el
consejero de Gobernación pueda hacer su labor sin que tenga
que andar a cada paso mirando hacia atrás. Lo cual sería un
síntoma de mejora en el Cuerpo...
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