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OPINIÓN - JUEVES, 28 DE JUNIO DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

Las voces de Israel
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

“Estos muchachos no pueden ir sin protección”, “No hay derecho”, tuvo el valor de gritarle a la cara del Presidente Rodríguez la madre de un cabo paracaidista. Bochornoso espectáculo que aun estará impreso en la retina y resonará en los oídos del desvergonzado titular de La Moncloa, si es que tiene un ápice de dignidad. Pero no, contumaz y bellaco se empeña en imponer a los soldados caídos en combate la Cruz al Mérito Militar con distintivo amarillo (como a la soldado Idoia, abatida en Afganistán), mientras el Gobierno libanés los galardona, entre otras condecoraciones, con la Medalla de Guerra. Porque estamos en guerra, Presidente y ello por una razón tan elemental como empírica: hace años que nos la han declarado…

Por otra parte el día se abrió ayer con dos noticias: una, el reciente galardón Premio Príncipe de Asturias de Las Letras otorgado al narrador y ensayista israelí Amós Oz, por la encendida defensa en su obra “de la paz entre los pueblos” paralela a su tajante “denuncia de todas las expresiones de fanatismo”.Mi alegría ha sido enorme, pues no en vano ojeo al lado una de sus obras más emblemáticas, “Las voces de Israel: una controversia entre la vida y la muerte”, libro que el autor tuvo el honor de dedicarme hace años en su “kibbutz” Hulda y del que extraigo estas críticas líneas, fruto de una conversación del escritor con un judío de orígen marroquí: “En el Ejército, nosotros los marroquíes somos los cabos y los oficiales son del kibbutz”. Amós Oz, destacado activista -como Shlomo Ben Amí- del movimiento “Paz Ahora”, fue oficial del “Tsahal” (Fuerzas de Defensa de Israel) batiéndose en 1.967 en el Sinaí (Guerra de los Seis días) y en octubre de 1.973 en los Altos del Golán (Guerra del Yom Kipur). En la distancia, muy lejos en el tiempo y el espacio me siento, como asturiano, feliz y honrado de que la Fundación Príncipe de Asturias, nacida en 1.981 y una de las más prestigiosas del mundo en su género, tomara esta decisión. También y como no podía ser menos -las fotos reposarán en sus marcos, cubiertas de polvo, en el despacho de mi refugio norteño- acude a la memoria el 24 de noviembre de 1.994, día en el que tuve la satisfacción de saludar en Oviedo a un sonriente Yaser Arafat (líder de la OLP) y fundirme en un estrecho abrazo con el primer ministro israelí Isaac Rabin, posteriormente asesinado en un oscuro atentado por un fanatizado judío. Ambos fueron galardonados con el Premio Internacional de Cooperación por su acuerdo de paz firmado, en Washington, el 13 de septiembre del año anterior fruto, a su vez, de la Conferencia de Madrid de 1.991, por cuyos vericuetos anduve modestamente enredado, entre bambalinas para variar.

El otro dato fue la concentración de protesta en Madrid ante la embajada de la República Islámica de Irán, en apoyo a algo tan obvio como el derecho a la vida: en este caso, el derecho a la existencia de un miembro de la comunidad internacional de naciones, el Estado de Israel, al que el mesianista y fanático presidente iraní, Mahmud Ahmadineyah, amenazó una vez y otra también con borrar del mapa: “Ha empezado la cuenta atrás para la destrucción de Israel”. Y no pasa nada… ¿Se imaginan la que se montaría si alguien, en Occidente, amenazara con eliminar a un país árabe o islámico?. Luego, los musulmanes -siempre muy delicados y sensibles ellos- se quejan de ofensas como las viñetas del Profeta o libros como el de Salman Rushdie. Ya.
 

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