Anteayer todas las portadas nos
hicieron estremecer con el grito callado de un soldado
español que portaba, junto a otros tres, el cuerpo sin vida
de un compañero asesinado. Un grupo de adolescentes, de
niños con edades de segundo de Bachillerato o de primero de
cualquier carrera o de FP2, masacrados por el terror más
repugnante, cobarde y vil que jamás haya existido en la
Historia de la Humanidad. Para mí los terroristas son
escoria y el único bueno es el terrorista muerto. Dicho está
y lo firmo y lo ratifico, lo sostengo y lo mantengo, lo
reitero, lo pienso y lo siento.
¿Alguna protesta por parte de los profesionales de la buena
conciencia? No las dirijan a mí sino reclamen a nuestros
bravíos arquetipos hispanos y a nuestra recias raíces
celtíberas. Yo tan solo soy un humilde producto genético de
revoltillo de ADN. Y todos mis hispanorrifeños cromosomas se
rebelan y aúllan un dolor sin límites ante la muerte en
tierra extraña de un grupo de chavales, de un grupo de
soldados, la troje de la mies de esta España que algunos
quieren reciclar en cobardona y acomplejada. Eran militares.
Hombres de honor. Garantes de la integridad de la Patria.
Nuestros. Porque sus jóvenes vidas truncadas se enraízan con
el imaginario colectivo de esos padres que, rechazamos
tajantemente que, la vida castrense, pueda ser un recurso
para ganar un sueldo y tener una colocación, porque es
infinitamente más. Los soldados, nuestros chavales, juran la
bandera y juran amor y lealtad a España, aprenden a luchar y
a morir en combate. Que no a ser asesinados a distancia por
unos cobardes cabrones.
El tiro en la nuca, la bomba a distancia, el psicópata que
asesina a inocentes, esos actos repugnantes y rastreros,
tienen tal falta de hombría, tal travestismo moral que,
quienes los acometen, deberían ir disfrazados de drag queens,
con toda la simpatía que me merece el arte de estos
personajes, pero como mínimo ponerse tacones con plataforma
y repintarse el hocico antes de matar. Porque hay hombría en
el enfrentamiento en las trincheras, a bombazo limpio, a
tiros, cuerpo a cuerpo, jugándose los huevos. El terrorismo
no es así. Es cobardemente afeminado, me excuso y rectifico
como fémina, porque las mujeres no somos cobardicas ni
cagonas y bien que tuvieron que bregar los guiris del
Imperio Romano cuando vinieron a colonizarnos para
neutralizar a las celtíberas que mataban a sus hijos antes
de dejarles caer prisioneros. Aquí sobra raza, exudamos raza
y no tenemos que justificar las intervenciones de nuestros
soldados con la grimosa coletilla de “Misiones de Paz” y
decir lo de la “paz” con una entonación ñoña, de excusa,
como si quisiéramos conformar a los chusmoncillos del
pacifismo cursi y merengoso. ¿Qué Misión de Paz ni que
testículos en manteca? Nuestros chicos van a lo peor de lo
peor, a lugares en guerra y tienen que bregar con salvajes
para tratar de imponer un cierto orden, dando la
extraordinaria lección de generosidad de no permitir que,
unos tipos que, ni son nuestros, ni nos van ni nos vienen,
se destrocen entre ellos. ¿Qué dicen? ¿Qué la democracia
occidental es, según el politólogo Sartori, sencillamente,
inexportable fuera de las fronteras de Occidente? Ya lo sé.
Pero, nuestros niños, no llegan con urnas y papeletas, ni
con pontificadores que adoctrinen a los autóctonos sobre las
ventajas del constitucionalismo, llegan con armas y con la
testiculina estabilizada.
Y no van a repartir yogures entre la población, porque no
son monjitas misioneras, ni a regalar mantas, porque no son
Damas de la Caridad. Van a enfrentarse a los malos, con un
inmenso valor, con el honor que se presume a nuestros
soldados, con los redaños de la raza. ¿Qué había chavales
colombianos? Lógico. Nuestros primos directos, descendientes
de españoles, con apellidos españoles y rezando en español.
Tengo un nudo en el corazón y una pena negra y mala por esas
muertes, por ese infanticidio, buena sangre hispana en el
Líbano, para abonar la tierra mártir y que renazcan los
cedros.
Soldados de España que, estáis en la luz : ¡Presente!.
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