Antes de que Helenio Herrera
llegase a España los entrenadores eran, más o menos, unos
ceros a la izquierda. Pasaban tan inadvertidos que ni
siquiera su participación en el partido servía como válvula
de escape frente a una realidad trágica: los españoles
vivían obsesionados por sentimientos de culpabilidad, porque
no hay peor resaca que la que sigue a una guerra civil.
Sin embargo, en aquella España miserable, gris, llena de
estraperlistas y de personas muriéndose de tuberculosis a
chorros, Helenio Herrera, apodado “El Melenas”, cambió
radicalmente el concepto que los aficionados tenían de los
entrenadores de fútbol.
Fue llegar al Real Valladolid, en 1948, y hacer que todas
las miradas de los espectadores convergieran en su figura.
Consiguió que se hablase de él antes, durante y al finalizar
los partidos. Dio titulares a los periódicos y, sobre todo,
les hizo comprender a los jugadores que podían rendir mucho
más si se concienciaban que eran mejores que los rivales.
Que no bastaba con ser superiores sino que era
imprescindible creérselo. Eso sí: todo ello adobado con
entrega absoluta, voluntad a raudales y un espíritu de
sacrificio forjado a ley.
Allá donde estuvo, y estuvo en muchos equipos españoles, la
pasión se desataba, los campos se llenaban y él acaparaba
todas las críticas, las broncas y los aplausos de unos
espectadores que vieron en “El Mago” al hombre ideal sobre
el cual descargar sus iras o colmarlo de parabienes y
sonrisas.
Con HH los entrenadores comprendieron que el ser del técnico
no se limitaba a hacer unas alineaciones y presenciar cómo
sus jugadores daban vueltas alrededor del campo, sino que
debían participar en muchos otros cometidos. Entendieron
pronto que estaban obligados a hacerse respetar por encima
todo. Y que se imponía acogerse a lo del palo y la
zanahoria. Una medida, convertida en tópico, pero que daba y
sigue dando muy buenos resultados.
También se dieron cuenta los técnicos, observadores
permanentes de don Helenio, que los sistemas tácticos, bien
trabajados y adaptados a las posibilidades de sus
futbolistas, daban los mejores frutos. De ahí que se pusiera
de moda el jugar al contraataque. Todo ello a partir de una
defensa compuesta por defensores férreos; un medio campo,
zona vital, manejado por una estrella junto a uno o dos
laboriosos acompañantes, y unos delanteros tan rápidos como
eficaces. ¿Quién no se acuerda de aquel Inter de Milán,
dirigido magistralmente por Luis Suárez?
En suma: que Helenio Herrera fue el hombre que puso en
órbita el papel de los entrenadores. Gracias a él éstos
fueron tenidos en cuenta y se les concedió una importancia
que terminó redundando favorablemente a la hora de exigir
sueldos astronómicos. Aunque es bien cierto que asimismo se
convirtieron, de la noche a la mañana, en los profesionales
más criticados y en ocasiones, como es el caso de Fabio
Capello, perseguidos y vilipendiados por periodistas que
no saben ni papa de lo que hablan o escriben.
Esta semana, precisamente, estamos asistiendo a un
linchamiento del técnico italiano; una nueva arremetida
contra él por parte de la prensa madrileña, a fin de evitar
que se pudiera producir el que Ramón Calderón,
presidente del Madrid, en un acto de cordura, dijera que
Capello sigue. Lo cual sería más que normal.
Lo anormal, por ejemplo, según lo que estoy oyendo y
leyendo, es que Miguel Ángel Lotina, entrenador que
ha descender a la Real Sociedad, dirija al Deportivo de la
Coruña. Una situación que, hace años, resultaría
incomprensible. Pues a Lotina se le hubiera aconsejado una
retirada prudencial para que expiase su culpa por el fracaso
en San Sebastián. Que alguna tendrá...
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