El miércoles pasado, la selección
vasca de fútbol disputó en Venezuela su primer partido fuera
de España desde 1938. Los jugadores portaron pancartas
reclamando la oficialidad de su equipo. Y la plataforma de
apoyo, ESSAIT, pidió ayuda al presidente Hugo Chávez.
Al frente de esa plataforma iba Endika Gurrotxena: ex
jugador del Athletic Club de Bilbao; dirigente de la Mesa
Nacional de la suspendida Batasuna; y futbolista cuyo mayor
logro profesional fue marcarle un gol, el de la victoria, al
Barcelona, en la final de la Copa del Rey de 1984.
Leída la noticia de lo ocurrido en Venezuela, fechas atrás,
se me hizo presente el año de 1982 en un santiamén. Se
detuvo el tiempo en aquel verano de una España donde se
celebraba un Mundial de Fútbol y a mí me había contratado la
Agrupación Deportiva Ceuta, como entrenador.
Nada más arribar a esta ciudad, recibí una llamada de
Manolo Delgado Meco. Preparador físico del Athletic y
hombre fuerte de las instalaciones deportivas de Lezama y a
quien conocí cuando llevaba pantalones cortos en su pueblo:
Alcázar de San Juan.
Delgado Meco, por si alguien no lo sabe, fue además un
guardameta extraordinario, perteneciente al Real Madrid y al
que una lesión grave, jugando cedido en el Rayo Vallecano,
le apartó del fútbol. Si bien se convirtió, en nada y menos,
en uno de los más prestigiosos licenciados del INED.
Pues bien, fue este hombre quien me pidió, encarecidamente,
que hiciera todo lo posible por darle la oportunidad a
Endika de jugar en la ADC. Ya que al estar en Ceuta
cumpliendo sus deberes militares no quería que estuviese una
temporada inactivo.
Al preguntarle por el carácter de Endika, el preparador
físico del Athletic me contó que era un chaval disciplinado
pero introvertido. Espero que tú, dada tu forma de ser, lo
ayudes en todo lo que puedas, me dijo.
En cuanto colgué el teléfono, empecé las consiguientes
indagaciones y gracias a un jefe militar, siempre dispuesto
a ayudar al equipo local, Endika se unió a la plantilla en
el menor tiempo posible.
Aquel vasco, serio y retraído, apenas hablaba con nadie y
tampoco ponía el menor interés a la hora de entrenarse.
Procuré, por todos los medios, que el mero hecho de ser
soldado no influyera en un rendimiento negativo. Mas el
tiempo transcurría y los aficionados no cesaban de gritarle
a Endika su falta de rendimiento en el césped.
Cayó mal el jugador vasco y yo hube de defenderlo de unas
críticas que iban minando su moral y quitándole las ganas de
vivir en esta ciudad. Y, sobre todo, aguanté estoicamente
las broncas de un público que me reprochaba su alineación.
Un día, en una de las charlas que yo mantenía con él, para
tratar de recuperarlo, me respondió con más claridad que
nunca antes lo había hecho: “Yo no sé cómo usted es capaz de
aguantar a estas gentes...”. Mi respuesta no se hizo
esperar: “Estas gentes son mis gentes. No olvide usted que
yo he nacido a un paso de esta tierra”.
A partir de entonces, comenzó a eludirme y ya no me tenía la
fe que él le había comunicado tenerme a Delgado Meco. Luego
me llegaron unos informes militares que me desagradaron en
extremo. Y aprovechando que un domingo llegó tarde a la cita
de un partido, sin razones evidentes, y otros
comportamientos inconcebibles, prescindí de sus servicios.
Aunque jamás le negué que se entrenase con nosotros.
El final de lo sucedido, entonces, me lo reservo; pero debo
decir que jamás me alegré del gol que le marcó al Barcelona
y que le supuso un título al Athletic. El tiempo me ha ido
dando la razón. El muchacho tenía peligro. Pues era ya un...
antiespañol.
|