En poco tiempo hemos pasado por dos comicios. Dos consultas
electorales a las que podríamos añadir el referendo sobre el
Estatut catalán, que también cosechó un número elevado de
abstencionismo. Ha sido un fenómeno que en España ha ido
creciendo a medida que pasaba el efecto de la mayoría
absoluta alcanzada por el PP, en el segundo mandato de Aznar,
y que mucha gente atribuye a despreocupación por la política
o, como lo podríamos definir con un término que se viene
usando en el lenguaje coloquial de la gente,”pasotismo”.
Pero, si uno quiere profundizar un poco sobre el tema, es
posible que existan otras causas que, aún sin despreciar la
existencia de una desgana de los electores a la hora de dar
su confianza a un partido determinado, puedan tener su parte
de influencia en este fenómeno que estamos padeciendo.
Por ejemplo, se me ocurre que puede que en el electorado
español se produzca un cierto desánimo debido a la propia
estructura de nuestro sistema electoral. Lo estamos viviendo
en estos días de posperíodo electoral. Los diversos
partidos, vencedores y perdedores están escenificando ante
los votantes, que los observan admirados y decepcionados, un
espectáculo de la más absoluta denigración política.
Formaciones que han alcanzado grandes mayorías no tienen
inconveniente en buscar el apoyo de otras que apenas han
conseguido algunos concejales en determinadas
circunscripciones. Los grandes beneficiarios del voto
popular se ven obligados a ceder cotas importantes de su
pensamiento ideológico en beneficio de otros grupos que
apenas representan un tanto por ciento ridículo, a nivel
nacional, pero que, a causa del mecanismo electoral
establecido, les permite sacar tajada de los ediles que han
conseguido. Si el grande quiere gobernar debe pagar el
tributo al pequeño para poder hacerlo.
Los efectos perversos del sistema de elecciones del que nos
hemos dotado, facilitan el que los ciudadanos veamos como el
partido al que hemos votado –que ha salido vencedor en las
urnas –, acabe teniendo que ceder ante el minoritario o bien
quede excluido de gobernar porque las minorías sumen sus
fuerzas para apartarlo del poder. No vale aquí el argumento
de que la suma de los minoritarios sea superior a la del
vencedor y, por tanto constituyan una manoría legítima; por
la sencilla razón de que, la suma de los objetivos o ideales
de cada uno de ellos no coíncide, por lo que deberán buscar
arreglos eclécticos para gobernar que, por regla general,
resultan unos bodrios que convierten lo gobernable en
ingobernable. ¿Es esto bueno? Si creemos que estamos en una
democracia (a veces dudo mucho que sea así, vistas algunas
actuaciones totalitaria de los que nos gobiernan) no podemos
aceptar que eso sea así. En Catalunya tenemos un ejemplo
harto explícito de los defectos de gobernar en coalición. El
señor Saura, al que se le puso al frente de la Consellería
de Interior, simplemente, para que participara en el
Tripartit, sin tener una especial preparación para el cargo,
ha fracasado en su gestión tanto en el tema de la
inmigración, como en el de la seguridad ciudadana, los
okupas etc. No pusieron al más apto, sino al que se vieron
obligados a poner para que su formación, Iniciativa per
Catalunya y los Verds, colaborara para desbancar a CIU.
Es evidente que lo que la democracia exige es que se
aplique el programa votado por la mayoría de la ciudadanía
y, para ello, también es preciso que gobierne el partido más
votado, sobre todo en aquellos casos, como ocurre
frecuentemente, en que la diferencia de votos sea notoria y
fehaciente. Por desgracia, en España hemos padecido, desde
la llegada del señor Zapatero, demasiadas muestras de las
aberraciones a las que se llega cuando se da el poder a
minorías que, de otra forma, nunca hubieran llegado a
gobernar. El ceder a las peticiones de ERC y a las de los
comunistas para que le apoyaran con objeto de conseguir
acceder al gobierno de la nación; ha dado al traste con la
unidad nacional. Ahora el Gobierno está ante la segunda fase
de rendición ante las minorías, al tratar con Nafarroa Bai
para que los socialistas gobiernen en Navarra. ¿Cuál será el
precio a pagar? Está claro: la anexión de Navarra al País
Vasco, como primera etapa para que, más tarde, se les
conceda la ambicionada independencia. Todo ello en manos de
la ETA, la verdadera triunfadora en las pasadas elecciones
gracias a Zapatero, a Garzón, a Conde Pumpido y a Rubalcaba.
¡Un éxito de la democracia y la lucha antiterrorista!
¿Qué efecto causa esta situación en la ciudadanía? No hace
falta haber estudiado en Oxford para llegar a la conclusión
de que, muchos ciudadanos, al ver que para que gobierne su
partido se precisa mayoría absoluta, y viendo que esta
posibilidad es, en la mayoría de las ocasiones, inviable;
optan por quedarse en sus casas y aceptar con estoicismo lo
que les depare la suerte, convencidos de que nada pueden
hacer para evitarlo. O bien se toman medidas para cambiar el
sistema electoral o, me temo, que cada vez más, en los
próximos comicios, si Dios no lo remedia, la abstención
aumentará. Nada hay que desmotive más a los votantes que el
tener que enfrentarse a una situación absurda e injusta sin
poder remediarla con sus votos. Ya sé que es predicar en el
desierto, porque los que nos gobiernan han sabido sacar
fruto del sistema y no están por la labor de cambiarlo pero,
como el derecho al pataleo nadie me lo puede quitar, confío
que, con tanto abusar de de la buena fe de la gente, acabará
por romperse el cántaro y se conseguirá que la justicia
prevalezca contra el egoísmo partidista. ¡Así lo espero!
|