¿Es mejorable el Editorial que
bordó ayer mi brother Antonio Gómez sobre a noche de San
Juán? No. No lo es. Y lo digo sin dejarme llevar por
simpatías personales ni amiguismos. Sencillamente disfruté
con su exposición y paladeé los conceptos, que me ayudaron a
latir anoche más intensamente, a la vera misma del
Mediterráneo en un solsticio embrujado.
Magia, arquetipos, ancestros, fuego purificador y vulgaridad
extrema por partes iguales. Porque, en mi Málaga cantaora,
la norma es que, cada hijo de vecino, se pasa normas y
ordenanzas por los rizos de la ingle y cada cual acampa,
arma fogatas, acumula maderas y todo aquello susceptible de
ser inflamable, acampa con mantas, neveras llenas de priva e
impedimenta playera, exactamente donde le sale de las partes
pudendas. Eso sí, con una estética donde priman los
espetitos de sardina asados a la leña, las inmensas
cacerolas desbordando sangría, el cante, el baile y las
tajadas monumentales. Servidora se arrimó, en el momento
mágico de la hora violeta, cuando apunta la noche, a la
playita vecina de Pedregalejo, para observar el griterío de
los inicios de la combustión de las hogueras tempranas, cada
una con su “Júa” en lo alto. Judas. Monigotes más o menos
elaborados que representan un espíritu fallero de tintes
negativos, es decir, que no se quema la mejor falla, sino
que se convierten en cenizas todos los símbolos perversos y
los personajes especialmente odiosos. Exorcismo celtíbero,
cultura megalítica, fuego hacedor de deseos y sortilegios,
danzas mágicas en torno a la hoguera, que aquí se convierten
en rumbitas y en palos del flamenco más popular y más
salsero.
¿Qué si fue una especie de caos seguido de lejos, con
resignación, por un espectacular despliegue policial en
previsión de follones? No. Ordenado desorden. Es fiesta
juvenil, con mucho maromo y mucho musculitos pegando botes
sobre el fuego y los de la capoeira haciendo sus
malabarismos al son de los tambores, pero también es momento
de unión de las familias frente a la mar, de cenas
colectivas, de beber gazpacho a gollete en botellas de
plástico, hartarse de sardinas, chupar caracoles picantes y
oír los ecos lejanos del macroconcierto que, el
Ayuntamiento, organiza cada año en las playas de la
Malagueta en plan “iniciativa cultural” y para refocile de
la ciudadanía. Aquí se vive el solsticio de forma anárquica
y sandunguera, alegre y disparatada, con chapuzones hasta la
madrugada y churros al alba con buen chocolate caliente
antes de recogerse cada cual en su casa. Eso sí, comentando
los Júas y tronchándose ante las alusiones de cada uno de
ellos, o criticándolos “Pué los Júa de mi barrio iban
sarrapastrosos y no se paresían a naide, paresían
desperdisio ¡Cuidáo con er poco detalle!”.
¿Ustedes tienen tradición de mofarse con los Júas de algún
personaje público? Me hagan caso, la rescaten de las
cavernas del neolítico y luchen contra normas, ordenanzas y
pamplnas a la hora de festejar “lo nuestro”. Aquí, lo que
hace el pavisoso del Alcalde es destacar a toda la policía,
tener a punto a los bomberos, quintuplicar el número de
autobuses que llevan al público de las barriadas a las
playas, quintuplicar así mismo al número de operarios de
limpieza que, de madrugada, se lanzan a la arena a reparar
daños y dejar hacer, vivir, cantar, bailar, cafrear y
divertirse al pueblo soberano. Sin injerencias opresoras.
Porque, con el carácter meridional, aún existiendo
injerencias, los malagueños, iban a hacer exactamente lo
mismo y no resulta nada popular reprimir las manifestaciones
del sentir colectivo. Mágica noche de brujas la de anoche,
precioso Editorial cuyos puntos habían de seguirse para
disfrutarla más.
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