Fue antes de la temporada
2002-2003, cuando yo me pronuncié por primera vez acerca de
Iker Casillas. Es decir, cuando me di cuenta de que
el chaval estaba siendo sobrevalorado por personas cuya
destacada vida social podían influir en la decisión de los
aficionados. Seamos sincero: en esta vida, amén de tener
valores individuales para desempeñar cualquier profesión, si
no se cuenta con el beneplácito de quienes están ya
reconocidos como figuras populares, difícilmente se consigue
alcanzar metas altas. Y es que la gente, casi
mayoritariamente, se deja llevar por las opiniones emitidas
por quienes hablan o escriben en los medios más importantes.
Digo que me pronuncié para decir que Casillas, que empezaba
a ser tenido como una figura indiscutible del fútbol
español, no dominaba el juego por alto. O sea, que se dejaba
avasallar en el área pequeña. Una zona donde los defensores
son siempre superados por los delanteros que llegan al
remate en carrera. Y, por tanto, corresponde al cancerbero
hacerse fuerte en ese espacio.
Resalté, además, que el juego de Iker con los pies era tan
deficiente como causante de que sus saques de portería
acabasen siempre en poder de los volantes adversarios. Con
lo cual cedía, continuamente, el dominio del medio terreno
al rival. Expliqué, una y otra vez, que tácticamente era un
portero inválido. Ya que nunca sacaba ventaja de la posición
ideal que suelen disfrutar los porteros como último jugador
de su equipo.
Pues bien, en aquel tiempo, cuando ya los cantadores de
gestas recitaban las proezas del chaval en el uno contra uno
-y las revistas del corazón lo habían ya convertido en
objeto del deseo de todos los menoreros famosos de España-,
mi opinión fue tachada de herejía y mucha gente no daba
crédito a lo que leía. Hubo alguien, y conviene destacarlo,
que también pensaba igual que yo y lo contaba en Canal Sur
Televisión, ante la sorpresa de quienes compartían programa
con él. Se llama Lalo, y por si ustedes lo desconocen, fue
un extraordinario futbolista y un magnífico entrenador.
Pero había más: los hombres fuertes del vestuario madridista
juraban en arameo y se acordaban de todos los antepasados de
Casillas, cuando éste cantaba en las salidas por alto o
rifaba el balón con los pies. Y, claro, Fernando Hierro
y Raúl le dijeron a Del Bosque que ya estaba
bien de seguir alimentando el cuento del alfajor.
Esa semana, el Madrid visitaba Vallecas y necesitaba ganar
si quería hacerse con el título de Liga. Dada las
dimensiones del terreno de juego, cortas y estrechas,
César aguantó magníficamente el asedio por arriba e hizo
de su saque una arma mortífera para los vallecanos. La
victoria del Madrid esa temporada, en campo tenido por
complicado, le dio alas para jugar las semifinales de la
Copa de Europa en el Nou Camp.
De aquel partido, ganado por los madridistas, recuerdo un
magistral gol de Zidane, la sensacional actuación de
César, y la victoria holgada del Madrid que dejó la
eliminatoria a punto de caramelo.
Luego llegó la final de Glasgow frente al Bayern Leverkusen.
El Madrid ganaba y el conjunto alemán apretaba de lo lindo
en los últimos minutos. César se lesionó y los jugadores
blancos se echaron a temblar. Puesto que eran conscientes de
que Casillas sería avasallado por los alemanes en el área
pequeña. Y así ocurrió: cada córner era un martirio. Y, dado
que no se hacía con los balones, en primera instancia, se
sucedían segundas jugadas. Y en dos ocasiones, loado sea
Dios, el balón golpeó contra su cuerpo. La España madridista
vibró con la hazaña y dio paso al mito. Ahora, Federico
Jiménez Losantos pide condena para Hierro, Del Bosque y
Raúl. Y no creo que sea menorero.
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