Una ligera brisa sacudía, con
delicadeza, el arbolado de los jardines de la residencia
oficial del Cónsul de España en Tetuán, flameando la bandera
roja y guarda que tremolaba, airosa, sobre el mástil de la
entrada mientras la luna, moruna y coqueta, rielaba en las
tranquilas aguas de la piscina. Anteayer jueves, a las 19.30
de la tarde (hora local), un discreto pero perceptible
cordón policial de seguridad acordonaba los alrededores de
la mansión mientras funcionarios del consulado,
impecablemente vestidos, atendían la entrada. El cuerpo
diplomático destacado en la antigua capital del Protectorado
español y presidido por el actual Cónsul, Jiménez Ugarte,
esperaba a pie firme a los invitados, mientras sobre un leve
altozano situado al fondo los retratos de los dos Reyes, Don
Juan Carlos I y S.M. Mohamed VI, flanqueados por las
banderas de los Reinos de España y de Marruecos, parecían
supervisar la escena.
Con una cuidada y detallista puesta en escena, el Consulado
de España en la blanca paloma de la Yebala quería rendir los
honores a la Fiesta Nacional que, por motivos de delicadeza
al no querer hacerlo coincidir con el Ramadán (sagrado mes
de ayuno para los musulmanes) de este año se decidió, con
buen criterio, a trasladarlo al día de la onomástica de Don
Juan Carlos, anteayer jueves. Tras unas palabras de
salutación a las autoridades presentes (encabezadas por el
“wali” y otros altos cargos de la Administración marroquí),
nuestro cónsul desgranó en su estudiado discurso una cálida
bienvenida, deseando lo mejor para ambos Soberanos y sus
pueblos respectivos no sin antes expresar unas sinceras
palabras de elogio, subscritas sin duda por todos los
presentes, para el acelerado y perceptible desarrollo de la
Península Tingitana firmemente emprendido por el joven
soberano alauí y Comendador de los Creyentes, Mohamed VI.
Los himnos nacionales de Marruecos y España (el nuestro,
¡qué pena!, sin letra) vibraron en el aire, poniendo un
emocionante broche final al acto oficial que fue seguido con
atención por los asistentes, entre los que se encontraba una
significativa parte de la colonia española así como una
amplia representación de la sociedad tetuaní.
Acto seguido los numerosos invitados, a las que decido no
poner nombre pues inevitablemente iba a dejarme muchos en el
tintero, pasaron a degustar un abundante aperitivo
profesionalmente servido por una empresa de restauración del
país. ¿Qué puedo contarles?. Hombre, había corrillos, los
cotilleos de costumbre, con nuestros diplomáticos intentado
atender, afanosos, a unos y a otros. Si había algo
destacable este año sería, a mi juicio, la nutrida
representación oficial marroquí -indudable éxito personal
del cónsul en persona-, que quisieron sumarse con su
presencia -y es de agradecer- a la onomástica del Rey de
España cuya figura siempre ha sido positivamente valorada,
aun en los momentos más bajos de las relaciones bilaterales,
tanto por el pueblo llano como por la clase dirigente
marroquí. No hay la menor duda de que Don Juan Carlos I es
junto a Doña Sofía, como se ha demostrado en numerosas
ocasiones, nuestro mejor activo diplomático. Cuidémoslo.
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