Ya saben ustedes que nunca me he
considerado una de esas personas de las que, en mi pueblo de
Nador, se decía que eran “leídas y escribidas”. En absoluto.
Mis sentires y pensares son pura y genuina gramática parda y
de una simplicidad abrumadora. Y ahí reside la grandeza de
este periódico: en dejar un hueco a la voz de la gente
sencilla, que no aspiramos más que a ser dignos portadores
de los arquetipos ibéricos, arquetipos psicológicos que
conllevan el respeto acérrimo de valores como el honor, el
orgullo, la dignidad, el valor, la lealtad, la verdad y el
patriotismo.
Y como he de decir siempre la verdad, ya que soy creyente,
lanzo al aire una pregunta existente en el imaginario
colectivo ¿Quién manda realmente en España, el Pueblo
Soberano o la policía y los jueces? ¿Son la policía y los
jueces producto de una elección democrática o de un simple
acto administrativo, como es una oposición, donde han
demostrar lo que han aprendido de memorieta? ¿Quién legitima
entonces la actuación policial y judicial, el estudio de un
temario o el pueblo español?. Comprendo que soy
esencialmente primaria, pero también una furiosa defensora
de la Democracia, por ello entiendo, desde mis muchas
limitaciones mentales, que la única legitimidad en nuestro
Sistema emana del pueblo. No hay otra. Ni puede haberla.
Les digo que, desde que comenzó el último meneo
policial-judicial-mediático, es decir, la llamada Operación
Troya, me siento llena de interrogantes y de inquietudes, me
pinchan y no sangro… ¿Qué murmuran?¿Que normalmente me
pinchan y en lugar de sangre emana un líquido químico
conformado por ansiolíticos y antidepresivos? Vale. Yo
padezco cierto agotamiento y hartazgo mental, diagnosticado
y medicado, pero estos acontecimientos me ponen mucho peor,
porque ni yo quiero ni ustedes quieren tampoco, vivir en un
reinado del miedo. Cuando la ciudadanía siente miedo y
recelo antes los poderes Ejecutivo y Judicial, mala cosa.
Mala cosa, horrorosa cosa el que, pasen a ser moda medidas
excepcionales, como los arrestos masivos de ciudadanos, a
raíz de Diligencias Policiales con valor de simple denuncia.
Malo y bananero. Un espanto que, la detención y privación de
libertad en calabozos tercermundistas, deje de tener
carácter excepcional para convertirse en el pan nuestro de
cada día. En plan “que maduren cuarenta y ocho horas. Para
que pasen a disposición judicial los detenidos bien hechos
polvo y absolutamente destrozados, así van más suaves” Para
luego ser todos puestos en libertad con o sin fianza. Libres
pero bien traumatizados y aterrorizados por la experiencia
de la peste y la lobreguez del encierro. ¡Pobres Troyanos!
Conducidos esposados en el furgón ante el Juzgado de Coín,
estragaítos, pero con el consuelo de encontrarse con docenas
de vecinos aullando, gritando su apoyo a sus conciudadanos,
enfrentándose a una realidad policial y judicial que no es
sentir popular, que no expresa la voluntad de los españoles
, nosotros queremos ser inocentes hasta que una sentencia
firme nos condene. Y ser tratados como inocentes.
En el día de la ira ciudadana, los del almacén de helados
vecino al Juzgado, quisieron sumarse a la indignación
popular y sus protestas no tuvieron tal vez la enjundia de
las del Colegio de Abogados, que no cree, como nadie cree,
en los antiguos Autos de Fe colectivos.¡Todos a la hoguera!.
Los empleados comenzaron a sacar su fresca y cremosa
mercancía y a repartirla gratis entre los arrebatados
alhaurinos.
La gente lloraba chupando aquel frescor, eran buenos
helados, del pueblo para el pueblo y había en ese acto
mecánico de chupar los cucuruchos, una dignidad antigua, un
hermanamiento conmovedor, un grito de insumisión ante el
Poder, un entender que todo es mentira, que el Poder no
emana del pueblo sino de los lejanos despachos. “La
soberanía reside en el Pueblo Español”.
Es mentira. Mentira, porque allí el pueblo pedía justicia
chupando helados cremosos para paliar su desconsuelo.
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