La reciente concesión del título
de caballero del Imperio Británico al escritor angloindio
Salman Rushdie, de 59 años, ha reavivado la polémica
volviendo a cuestionar, de entrada, el sentido del concepto
de “tolerancia” en el Islam y poniendo en solfa, de salida,
el famoso diálogo de civilizaciones, mascaron de proa de la
estrategia diplomática española diseñada por el presidente
Rodríguez Zapatero y su fiel escudero, M.A. Moratinos. La
soberana decisión británica ha sido duramente contestada por
numerosos países islámicos, así como desde el mismo Reino
Unido por el secretario general del Consejo Musulmán,
Mohamed Abdul Bari, quién no tuvo ni el pudor de cortarse un
pelo siguiendo la estela de la infame “fatwa” dictada por el
fanático Jomeini en 1.988, instando a los musulmanes del
mundo entero a ejecutarlo como fuera: “Es el insulto final
de Blair (…) Salman Rushdie describió de forma ofensiva y
blasfema a las primeras figuras islámicas”.
En Pakistán, al ministro de Asuntos Religiosos, Mohamed Ijaz
ul-Haq le faltó tiempo para hacer unas agresivas
declaraciones justificando ataques terroristas suicidas, que
intentaría matizar más tarde dadas sus repercusiones. En la
ciudad de Multan los extremistas islamistas quemaban
banderas del Reino Unido así como imágenes de la Reina
Isabel II y de Salman Rushdie, mientras coreaban enfurecidos
consignas pidiendo la ejecución de ambos: “¡Matadlos,
matadlos!”. Alí Hosseini, portavoz del ministerio de
Exteriores de la República Islámica de Irán, recordó que el
escritor “es una de las personas más odiadas entre los
musulmanes”, advirtiendo en un duro tono que “Rendir honores
y elogiar a un apóstata y una persona tan odiada, colocará
sin duda a los funcionarios británicos en una posición de
enfrentamiento con las sociedades islámicas”. ¿Un aviso o
una velada amenaza…?.
Mi expresa solidaridad activa con Salman Rushdie, autor -en
su libertad intelectual- de la famosa novela “Versos
Satánicos” en las que comenta unos oscuros versos del Corán,
libro sagrado -e intocable- para la susceptible y levantisca
comunidad musulmana. Y mi petición formal a Don Juan Carlos
para que, a la primera oportunidad, conceda al perseguido
escritor la Orden del Toisón de Oro que, tan alegre y
despreocupadamente, otorgó días pasados al Rey Abdulá de
Arabia Saudí, representante de una corriente del Islam, el “wahabismo”,
amenazadora de las libertades y los derechos humanos más
elementales a igual nivel que sus fanatizados
correligionarios islamistas de Irán, Pakistán y una buena
parte de los cerca de veinte millones de musulmanes
infiltrados en Europa, con las mismas aviesas intenciones
-no sigamos engañándonos- que latían en los guerreros aqueos
ocultos en el vientre de madera del mítico Caballo de Troya.
Urge que Occidente revise las relaciones bilaterales con los
estados musulmanes, así como proceda a reformar las reglas
del juego -paquetes legislativos en primer término- de unas
sociedades democráticas amenazadas desde dentro, mientras se
restringen de forma preventiva con un filtro religioso los
flujos migratorios de unas gentes entre las que anida -pura
estadística- una amenaza mortal.
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