Ayer me sentí víctima de un
inmenso fraude. La sensación era similar a la del momento en
que, los más pequeños, descubren que, los Sus Majestades los
Reyes Magos de Oriente, son los padres. Y no pueden ustedes
acusarme en absoluta de padecer credulitis ni confiancitis,
es decir, deformaciones histriónicas de la credulidad y de
la confianza, patología a la que son proclives los regímenes
políticos pretendidamente democráticos y pretendidamente
garantistas. Donde se trata de idiotizar a la población a
base de toneladas de almíbar buenista y asignaturas
intoxicadoras tipo “Educación para la ciudadanía” eufemismo
de la asignatura llamada en petit comité “Adoctrinamiento
feroz de la infancia y la juventud para privarles de valores
tradicionales y convertirles en manipulables jaimitos que
piensen y opinen como nos salga de los cojones a nosotros”.
En absoluto. Los hispanorrifeños vamos en plan asilvestrado,
somos cafres y montaraces, nos sentimos minoría étnica
marginada, aceptamos subvenciones, con el inconveniente de
que nadie parece interesado en gastarse un duro en nuestra
integración social y creemos tan solo en la libertad y en la
inteligencia. De hecho, nuestra creencia es que, un niño,
comienza a ser persona, pese a tener pocos años, cuando mira
fijamente a su progenitor y le lanza el reto de la pregunta
¿Por qué?. Tampoco somos confiados y después de dar la mano
nos contamos tres veces los dedos. Somos así, con esa vena
celtíbera entremezclada con buena savia rifeña, pero, de
alguna manera, yo permanecía, como alguno de ustedes,
vagamente tranquila creyendo vivir en un Estado de Derecho,
con goteras, pero también con socios de “Pepe Goteras y
Otilio, chapuzas a domicilio” Dispuestos a enmendar
deficiencias e incluso levemente interesados por la
felicidad de los españoles.
Hoy confieso que me equivocaba. Lo he comentado con mi
cómplice jurídico-espiritual Juan Hoffmann, un
bienaventurado, porque ha sido víctima de la injusticia. Y
ambos asistimos horrorizados al gran show policial-mediático
de la llamada “Operación Troya” que ha dado con los huesos
de dieciocho víctimas en los inmundos calabozos malagueños.
Esta vez el circo ha levantado su gran carpa en Alhaurín el
Grande, ya habían comenzado la movida atacando al alcalde
del PP, que ha vuelto a salir elegido por mayoría absoluta y
esos chulos alhaurinos, los muy asquerosos, levantiscos
mierdosos, “merecían” un escarmiento ejemplar en forma de
gran operación contra el entramado laboral y empresarial del
pueblo. ¿Qué si han detenido a grandes capos de las mafias
de la prostitución y a albonokosovares o a capos de las
terribles mafias de la mendicidad rumanas? No. Que va. Esos
están tranquilitos, delinquiendo agustamente. Se han llevado
a gente sencilla, pequeños empresarios, creo que a un
fontanero y a un albañil a pie de andamio y a las mujer y a
la hija de uno de ellos. Han atacado esta vez al Pueblo
Soberano. No a los privilegiados, ni a los grandes
profesionales susceptibles de despertar tórridas envidias y
rencores enfermizos en los olivares madrileños ¿He dicho
olivas? He querido decir madroños que riman con otra palabra
bastante vulgar pero que viene a representar el lugar
geográfico por el que, las mujeres y las madres españolas
nos pasamos a los que confunden “rigor” con “puteo”.
Alhaurín en vilo, los vecinos amotinados contra la policía y
la jueza, ambiente de revolución francesa, de 2 de mayo.
¡Abajo los tiranos! Comercios cerrados, el alcalde y los
ciudadanos rabiando en las puertas de la comisaría. Y Juan
Hoffman y yo, participando en ese nuevo Alzamiento Nacional
contra la tiranía. Mala cosa cuando, los ciudadanos, de
respetar, pasan a temer y a odiar a quienes se supone que
representan el orden y la justicia. Y se revuelven,
deslegitimizando automáticamente a esos supuestos
representantes. Las macrooperación con calabozos
disuasorios, el miedo, ha tocado esta vez a los alhaurinos.
Mañana puede ser en Ceuta. ¡Viva la Revolución!.
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