Señor: permítame que presente mis
credenciales. Soy de esos que el profesor Sampedro llamó en
su momento “monárquicos de don Juan Carlos”, afortunada
frase que refleja una combinación de “real politik”,
agradecimiento por su valiente y decisivo papel durante la
Transición y sano patriotismo. Incluso hasta muchos pensamos
en la posibilidad -sin entrar en la intimidad del tálamo,
que acatamos pero no compartimos- de extender este
sentimiento de “monarquismo pragmático” a la figura de su
eventual sucesor, el Príncipe de Asturias, pues y tal como
están poniéndose las cosas la Corona bien pudiera ser aun el
último nexo de relación entre las tierras y pueblos de este
trozo de “Eurabia” que todavía llamamos -no sé bien por
cuanto tiempo- España.
Pero la reciente concesión por parte de Su Majestad a su
buen amigo Abdulá Ben Abdelaziz Al Saud, Rey de Arabia Saudí,
al que días pasados condecoró con la Insignia de la Orden
del Toisón de Oro (prestigiosa institución nacida en Brujas,
pero vinculada a la Corona española desde 1.496), ilustre
orden de la Caballería de Occidente que pretende “honrar a
cuantos por sus hechos hayan sido, son y sean en lo venidero
dignos de reconocimiento”, parece a muchos españoles,
Majestad, cuando menos un desatino. Que un sátrapa, un
tirano, un dictadorzuelo, cualificado representante de una
de las ramas más obscurantistas, dogmáticas e intransigentes
del Islam, el rígido e intolerante “wahabismo”, que mantiene
a su país en un régimen semifeudal en el que se vulneran
lapidariamente y brillan por su ausencia los más elementales
derechos humanos, que ha exportado y financiado
internacionalmente (a Europa, Don Juan Carlos, ¡a España
misma!) el integrismo islamista (base ideológica del
terrorismo homónimo) que tanto nos odia, reciba el Toisón de
Oro de manos de su Majestad es una burla y un insulto,
aunque con la boca pequeña se invoquen (desde La Zarzuela a
La Moncloa) pestilentes razones de Estado debidamente
envueltas en grasiento petróleo. Personalmente, Majestad, se
me cae la cara de vergüenza ajena: por nuestra cortedad de
miras, por nuestra cobardía, por nuestra incoherencia, por
su “papelón”… Ellos, Majestad, tienen una absoluta libertad
de movimientos en los países occidentales mientras que,
nosotros, nos vemos restringidos en los países árabes del
Golfo (matizo, pues el Maghreb es otra cosa), vigilados y
coartados en el ejercicio más elemental de los derechos
humanos. Verá, Don Juan Carlos: nosotros tenemos la Carta de
Derechos Humanos de las Naciones Unidas; ellos tienen la
Carta de Derechos Humanos Islámicos de El Cairo.
Pregúnteselo, Su Majestad, a su querido amigo el Rey Abdulá:
a ver que le cuenta…..
Supongo que nuestra vecina del norte, Francia “La Sultana”,
habrá aplaudido desde las entrañas del Hexágono la concesión
del Toisón de Oro al sátrapa Rey Abdulá, Soberano de Arabia
Saudí desde agosto de 2005, fecha en la que accedió al trono
tras el óbito del Rey Fadh. Con el debido respeto: un
insulto, Don Juan Carlos; una vergüenza. Y una sonora
bofetada para todos aquellos que, a lo largo y ancho del
mundo, luchan arriesgando incluso su vida por la dignidad y
libertad de los seres humanos. No es eso, no es eso….. Por
lo demás, Majestad, aprovecho las presentes líneas para
adelantarme veinticuatro horas felicitándole por su
onomástica.
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