A Jenaro García Arreciado,
delegado del Gobierno, le debía la respuesta a una nota suya
que obra en mi poder desde hace ya unos meses. Una nota que
saco a relucir sin la menor intención de publicar su
contenido. Faltaría más. Pero creo que ha llegado el momento
de aprovecharla como excusa para escribirle esta columna
cual si fuera una carta abierta.
A la hora de ponerme ante el ordenador ni siquiera me he
preocupado de mirar en mis apuntes la fecha de su toma de
posesión. Pues sé que lleva ya el tiempo suficiente en la
ciudad para estar enterado de cómo se las gastan algunas
personas en esta tierra.
Habrá observado usted que existen unos hábitos establecidos
y de qué manera hay gente que se resiste a cambiarlos. Yo no
sé si en su caso han tratado de conquistarlo con la palmada
en la espalda, el tuteo indiscriminado y el derecho a
visitarle a cualquier hora en su despacho. Y si no es así,
allá que tales individuos salen bufando y bisbiseando
maldades contra el que ellos consideran un despreciable
virrey impuesto por el Gobierno de la Nación.
Me estoy refiriendo, claro es, a personas que se consideran
relevantes y, por tanto, están convencidas de que gozan de
derechos más que suficientes para acercarse al delegado del
Gobierno de manera informal pero con fines interesados.
Mire usted, hubo un representante del Gobierno que habló del
asunto de manera clara y rotunda. Declaró que aquí primaba
la gestión informal: en definitiva, una especie de
Administración oral. Cierto es que ya ha llovido lo suyo
desde entonces. Pero las costumbres, como bien sabe,
terminan convirtiéndose en leyes.
Por cierto, aquella persona, que también ocupó su sillón, en
relación con las leyes no se cortó lo más mínimo al declarar
que en Ceuta costaba un mundo aplicarlas a rajatabla. Y dijo
que a veces tenía que hacerse el lipendi para evitar
enfrentamientos con los listos de turno.
Cuando hablo de listos, señor delegado del Gobierno, seguro
que sabe sobradamente quiénes son. Aunque hay uno, por
encima de los demás, cuya capacidad de mentir y de hacerse
notar es tan grande como bien se lleva sus buenos dineros
por defender posturas de empresarios que jamás quieren
perder su sitio ante empresas foráneas.
Eso sí, me va a perdonar que no exponga aquí el nombre de
este fulano, por razones obvias. Cosa rara en mí. Porque
usted es consciente de cómo me gusta personalizar y si es
posible destacar el nombre con letra negrita. Lo cual me ha
costado mis buenos disgustos; mientras otros llenaban la
botarga con colaboraciones designadas a dedo por la
autoridad competente.
En lo tocante a sus relaciones con la prensa, debo decirle,
para que conozca el hecho, que los redactores de este
periódico parecen tenerle cierto afecto. Es algo de lo que
me he percatado por detalles sueltos. Si bien aprovecho la
ocasión para comunicarle que haría muy bien en no fiarse lo
más mínimo de ciertos opinantes.
Señor delegado del Gobierno: de haber vivido Elena
Sánchez, una consejera que no sé si usted llegó a
conocer, yo le habría remitido a ella para que lo pusiera al
tanto de cómo se las gastan en esta ciudad algunos
plumillas. Si bien le queda la posibilidad de comunicarse
con Luis Vicente Moro. Que sabe de ese asunto tela
marinera. Moro, como ya conoce, antecedió en el cargo a
Jerónimo Nieto. Aquel abulense que parecía un alma en
pena y que se dejó asesorar por tres o cuatro
chiquilicuatres surgidos del frío.
En fin, don Jenaro, perdone mi atrevimiento por publicar
estas letras. Pero le debía una respuesta a su nota. Y como
a uno le cuesta mucho escribir cartas, he tardado más de la
cuenta.
Un saludo...
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