Servidora de ustedes, abogado y
periodista, que, de pasar fatigas perdió la vista, creía,
tan solo en cierta manera, para que mentir, vivir en un
Estado de Derecho. Sí, en uno de esos lugares donde rigen y
mandan Constituciones garantistas, democráticas y enraizadas
en nuestros firmes valores occidentales. Será porque, sin
ánimos de señalar y mejorando la presente, perdón, he
querido decir empeorando la presente, la democracia es
invento de nuestra civilización, un amable e inexportable
invento que, en la realidad española, resulta pura
entelequia. Al igual que la exposición gomosa de los
derechos y libertades ciudadanos son una fabulación
biensonante y de “buen tono”. Nuestra verdad es como recoger
de una cuneta a una burra muerta y hedionda, bien poblada de
moscas y de gusanos, maquillarla con un camión de cal viva y
después edulcorarla con una tonelada de azúcar glasé para
darle apariencia de tarta de convite de boda. Luego pueden
invitar a comer el invento al pueblo soberano, previa
colocación de una romántica pareja de novios en la cima,
como toque elegante y delicado.
¿Qué explique de una puta vez a qué vienen mis amargas
fulminaciones? Bueno, les diré que siento vergüenza ajena.,
acharo, sonrojo y un inmenso desencanto. Que no es
desesperanza, en absoluto, sé que vendrán los Nuestros y
harán cargar a cada palo con su vela y que, el que ríe el
último ríe dos veces. Eso dicen. Aunque yo prefiero una
tranquila sonrisa a troncharme de risa con efecto
retroactivo. Porque no tengo ánimo revanchista, pero sí una
auténtica avidez de justicia contra quienes potencian,
permiten, incitan y promueven ese horror jurídico, ese
atentado cotidiano contra el honor y la intimidad de las
personas, sí, ese oprobio llamado por el pueblo y por el
populacho “Gran Circo Malayo”.
Los imputados en estas pseudo Diligencias, son unos
ciudadanos que ni tienen, ni han tenido, ni tendrán jamás,
derecho a esa pamplina que debería desaparecer a la voz de
¡ya! De la Constitución Española. De ese eufemismo cursilón
y facilón de redactar pero imposible de materializar que es
el llamado Principio de Presunción de Inocencia. Los
malayos, todos, han sido juzgados y condenados de antemano,
pero no por sesudos juristas ni magistrados, sino por el
gentucerío de las tertulias televisivas del corazón. ¡Ah! Y
por el Tomate.
Se levanta el pamplinero “secreto de sumario” que es que,
las criaturas a quienes acusan, permanecen a ciegas hasta
que, los udycos y los jefazos de Madrid acaben de redactar
sus gorigoris criminalizando, presuntamente, todo lo que se
mueve y resulte políticamente correcto, oportuno y atractivo
para la prensa. Vamos, que sea muy publicable, publicitable,
carnaza para los de la cámara y la alcachofa y objeto de
foto en la puerta del juzgado. Porque, el sumario del Circo
Malayo, con grandes estrellas invitadas como son las
célebres “Hermanas Maravilla y sus monos amaestrados” parece
llegar y llega a manos de los tertulianos del corazón antes
que a los propios perjudicados. El viernes abrieron el
programa del corazón nocturno de Antena 3 hablando del juez
Torres y erigidos los tertulianos en inmisericordes
fiscales, folios de las actuaciones en mano. El sábado
mañana, mi compañero Hoffmann, un gran jurista, hombre de
bien, impecable procesalista y cómplice de servidora en
temas intrincados y farragosos, fue pregonado en El Mundo,
sección Málaga, por una mindundi con pluma que se limitó a
copiar las acusaciones policiales. Sin un puto contraste con
la realidad, dando por buenas las opiniones parcialísimas de
los acusadores. Las Hermanas Maravilla no permiten que
Hoffmann, inocente espectador, se defienda de la imputación
de haberse comido un plátano de los malcriados simios.
No han encontrado la cáscara, nadie le ha preguntado si es
alérgico a los plátanos y ni tan siquiera si estaba presente
en la función o si se llevó la fruta de su casa para darle
la merienda a sus niñas.
Los ciudadanos “sentimos” cuando existen juicios paralelos y
los odiamos, porque, el Gran Circo me puede señalar mañana a
mí, o a ustedes. Ninguno estamos a salvo en el Imperio de la
Presunción de Culpabilidad. Todos culpables. Lo dice el
Tomate.
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