Como broche a un curso un tanto
desabrido y llevado a saltos, ayer a los 10.30 me vi echando
la parpayuela con un grupo de profesores y alumnos del
Centro Cultural “Lerchundi” de Martil, con su director
Francisco Jiménez al frente, en salida de campo al museo
arqueológico de Tetuán y posterior traslado a las ruinas del
antiguo “castrum” de Tamuda, a las orillas del macizo del
Gorghes.
El museo arqueológico, inaugurado durante el Protectorado el
19 de julio de 1.940 (un año después de la cruel guerra
civil española), cuenta hoy día con un cuidado jardín
rodeado de estelas, ánforas y dos bellos mosaicos, que se
complementa en el interior con tres salas, pequeñas pero con
materiales de gran calidad que van desde las brumas de la
prehistoria -pasando por una excelente maqueta del cromlech
de M´zora- a la invasión árabe. Solo la visualización de los
magníficos mosaicos de época romana (procedentes de Lisux,
junto a Larache) que el museo atesora justifican su visita.
Anímense. El museo está muy céntrico, al lado de la plaza
Al-Jala (en las cercanías del Mechuar), está abierto de
lunes a viernes por la mañana y por la tarde y la entrada es
de 10 dirham (apenas 1 euro). En cuanto a Tamuda, da dolor
ver el abandonado estado en que se encuentra: situada a 5
kms. de Tetuán, en la ruta de Xauen, tan solo algunos
lienzos de su muro defensivo, restos de las torres
circulares y el emplazamiento de las termas son visibles hoy
día. La primitiva ocupación fénico-púnica se remonta al
siglo III antes de la Era Común; floreciente ciudadela
comercial en el siglo II cuyo nombre se derivaría del río
que lame sus cimientos (“flumen tamudae”, citan las fuentes
antiguas), quedó devastada como otros lugares del norte de
Marruecos por un incendio inducido hacia finales del siglo I
antes de la Era Común. Vuelta a destruir por las legiones
romanas tras la revuelta de Aedemon en la ocupación de la
Tingitana (hacia el año 40 de la Era Común), fue
reconstruida y fortificada en el siglo II, reforzándose sus
defensas al final del siglo III. Probablemente -como apunta
el arqueólogo Noé Villaverde-, en Tamuda debieron estar
acantonadas unidades militares hasta el año 400 de nuestra
era.
Entre la variada humanidad que componíamos el grupo
-marroquíes, españoles de cada esquina y hasta un alemán-
surgieron, como no, preguntas e interrogantes. Por mi parte
me limité a sugerir y a recomendar una metodología
-acompañado de una mínima bibliografía-, empleando un
discurso estrictamente cartesiano, intentando comunicar a
nuestros amigos marroquíes a la vista del rico patrimonio
arqueológico la necesidad de revisar, en el nuevo contexto
de diálogo de culturas, los conceptos de “djâhiliya”
(ignorancia) y “fatiha” (apertura, pues el Islam nunca
“conquista”…), así como el proceso de “hominización”. A una
de sus preguntas contesté con una atinada cita del gran
historiador H. Pirenne, de la que extracto unas líneas: “La
religión y el idioma constituyen la aportación árabe a la
civilización musulmana”.
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