De eso nada, monadas. Discrepo
ampliamente y así los manifiesto de ese eterna leyenda que
parece siempre escrita en los relojes de carillón “Tempus
fugit”, oséase, el tiempo huye. Vale. Muy poético y con un
cierto toque nihilista en plan “nada es eterno” o “no somos
nadie” (esto último frase conmiserativa con tintes
dolientes, que se manifiesta ante el cuerpo presente del
fiambre de turno). Eso sí, esto de “no somos nadie” puede
ser rebatido con un rotundo “Nadie será usted, que yo soy
notario por oposición”. Y entonces, el pesimista, se abate
aún más, porque no pertenece a la aristocracia notarial,
sino que es sencillamente, lo que somos todos : españoles
que madrugamos.
Y es a quienes madrugan y lo pasan de puta pena a principio
de cada mes, cuando llegan las letras como aves de mal
agüero, a los que pretendo representar con esta elegía a la
lentitud con la que pasa el tiempo. Los millonetis son otra
cosa, están en otra dimensión y sus haberes les permiten
enfrentarse al tempus con lozanía, spás de buenos hoteles,
tratamientos antiaging y visión de la Humanidad desde esos
coches con asientos de cuero que huelen a gloria bendita y
que están llenos de tiquismiquis tecnológicos y que, encima,
no corren el riesgo de acabar de nuevo en manos de la
financiera por impago de los plazos. Servidora y ustedes son
conscientes de ello, es ferviente seguidora de la línea de
Sarkozy, ese inmenso ser humano que elogia y respeta a “la
Francia que madruga” y le tocan los cojones los que viven
ganduleando a base de subvenciones y de usar y abusar del
Estado asistencialista hacedor de vagos y de perdedores. Yo
madrugo. Ustedes madrugan. No chupamos de las ubres del
erario, sino que contribuimos con nuestros pobres dineros,
ganados sudando sangre, a que más de un chupóptero viva sin
dar palo al agua o, por el contrario, se blinde el cargo con
pensiones multimillonarias. De hecho, los golferas y los del
gañote vil existen en todos los estratos sociales y unos
aprovechan el tiempo parasitando a quienes trabajan y otros
forrándose el riñón y asegurándose una jubilación de oro a
costa de los currantes.
Y es precisamente por la sinvergonzonería y por rescatar
nuestros valores de siempre, por lo que “necesitamos”
imperiosamente que se convoquen elecciones generales.
Pensamos en deslizar la papeleta en la urna y los dedos se
nos vuelven huéspedes. Gustirrinín democrático y
participativo. Y eso lo sé y lo siento y encima lo digo
porque, como católica no puedo mentir, ya que incurro en
pecado y mi confesor es proclive a mandarme penitencias
absolutamente estrambóticas por mi bien y mi redención.
“Memorice usted “Camino” o “Es Cristo que pasa” y sea más
disciplinada en el estudio” Gruño “¡Pero si yo estudio dos
horas diarias, pater, con lápiz, papel y de memorieta!”
“Pues si estudia dos horas diarias es que puede estudiar
tres”. Les digo que santificarse por el trabajo bien hecho
es un pestiño y ganas me dan de meterme a pecadora, hasta el
punto de que lleguen a llamarme “Nuria la Corrupta”. En una
palabra, detesto mentir y he de reconocer que, en las
próximas generales, vamos a debatir mucho más que encumbrar
a unos menganillos al Congreso y asegurarles un jornal y
cafelitos en el Palace. De esos pasamos. De todos ellos.
Porque, por lo que hemos de dejarnos la piel en la campaña
es por defender a esta Iberia vieja que nos quieren
destrozar. Reventarnos el sentido por mantener firmemente
nuestros valores, nuestras raíces históricas, nuestras
creencias y nuestra cultura.
Nos jugaremos España tal como la amamos o Expaña tal como la
amenazan. Y ante esa disyuntiva hemos de arder de puras
ganas de entrar en combate, de luchar por ideales de los
buenos y hacerlo con espíritu legionario ¡A luchar o a
morir! Porque, en esta lucha de ideas, si perdemos nos
matarán el alma, el espíritu y el recuerdo de aquel Imperio
en el que nunca se ponía el sol. Nos vamos a jugar nuestros
peludos y rizados cojones españoles, con perdón de la
descripción y tenemos ganas de comenzar la contienda. ¿Tempus
fugit? ¡Y una leche!.
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