El domingo pasado, leí unas
declaraciones de Paulino Plata, aún concejal electo
del PSOE de Marbella, en la que decía que él nunca pensó que
en esa ciudad se iba a evolucionar del gilismo al PSOE. Y
recordaba que las mismas personas que hicieron presente al
GIL en las asociaciones de vecinos, habían estado trabajando
para el PP.
Es verdad que Paulino Plata, el político mejor valorado por
los andaluces hace un año, cuando era consejero de Turismo,
recordó también el mucho daño que a los socialistas les
había hecho la herencia dejada por la ex socialista
Isabel García Marcos, implicada en la ‘Operación
Malaya’. Y tampoco olvidó las muchas habladurías padecidas
por la Junta de Andalucía, relacionadas con la corrupción.
Todo ello, según PP, dejó casi sin pulso a la agrupación
socialista de una Marbella donde se ha impuesto el Partido
Popular.
Leyendo al ya reseñado político, hubiera sido realmente
difícil no ver cierta semejanza, cambiando lo que haya que
cambiar, entre lo sucedido en Marbella, ahora, y lo ocurrido
en Ceuta, hace años.
Me van a permitir que eche la vista atrás: aquí gobernaba el
PP y en poco tiempo fueron surgiendo voces que clamaban
contra los gobernantes de la Ciudad. Voces manejadas por
cabecillas, en algunos casos pertenecientes al PP, los
cuales viajaron a Marbella, en repetidas ocasiones, para que
Jesús Gil se convenciera de que era necesaria la
presencia de su partido en esta tierra.
Lo demás llegó por añadidura. Es decir, que el gilismo caló
hondo en el tejido social ceutí y a punto estuvo de obtener
una mayoría absoluta. Y todo debido a una campaña
espectacular y, por qué no decirlo, porque la derecha de
esta esta ciudad quería ser más derecha y creyó que ley y
orden sería una propuesta muy fácil de cumplir por parte del
GIL. Entre otras mentiras envueltas en papel de celofán. Y
que sonaron a gloria bendita en todos los estratos sociales
y hasta recuerdo de qué manera el proselitismo que se hizo
en los cuarteles tuvo un éxito impensable.
Lo de Susana Bermúdez fue el primer aviso de que los
gilistas venían dispuestos a todo con tal de hacer su agosto
en Ceuta. Y ésta, con su transfuguismo, dejó al PSOE de
Ceuta bajo mínimos. Más o menos, aunque por causas muy
distintas, lo hecho por la señora García Marcos en la
Costal del Sol.
Más un día, gracias a que Juan Antonio Roca decidió,
al parecer, visitar la calle Génova para contar qué planes
tenía Jesús Gil en relación con Ceuta y Melilla, los
populares se alarmaron y pusieron la operación derribo del
gilismo en las manos de un delegado del Gobierno, duro y
combativo: Luis Vicente Moro. Y éste, a su manera,
puso fin a un problema que habían generado unos cabecillas,
algunos del PP, deseosos de ganar dinero sin mirar las
graves consecuencias que iban a producirse para la ciudad.
Esa ciudad, que no se les cae de la boca, para decir lo
mucho que la quieren. Lo que no esperaban en el PP, ni mucho
menos LVM, y sé lo que digo, que el hombre elegido para
encabezar el voto de censura se iba a convertir en el mejor
presidente de la Ciudad y en el político más rentable,
actualmente, del PP. Él ha conseguido, y cuando hablo de él
me estoy refiriendo a Juan Vivas, convertir el
gilismo en “vivismo”. Entiéndase el palabro como una manera
de expresar la enorme influencia que este hombre está
ejerciendo en la sociedad caballa. Y, desde luego,
convendrán ustedes conmigo que el cambio ha merecido la
pena.
Eso sí, a María Antonia Palomo le faltó decir, en el
día de su adiós, algo así: Yo nunca pensé que en Ceuta se
iba a evolucionar del gilismo hacia el PSOE. Porque el
gilismo siempre ha buscado refugio en el PP. Y hubiera
quedado la mar de bien.
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