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OPINIÓN - SÁBADO, 16 DE JUNIO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Día de san Vito
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Fue un 15 de junio -como ayer, día de san Vito-, de hace treinta años, cuando los españoles tuvimos nuestras primeras elecciones democráticas, tras haber estado el pueblo cuarenta años despreocupado de la vida pública. Una vida resumida en la frase que se le atribuía a Franco: “Haga usted lo que yo, no meterse en política”.

Tantos años siguiendo las directrices marcadas por el Caudillo había producido la sensación de que vivir en democracia no estaba hecho para nosotros y el fantasma del miedo se hacía presente en nuestras vidas.

Adolfo Suárez, conocedor de las instituciones franquistas, no en vano había sido secretario general del Movimiento, sabía con quiénes se gastaba los cuartos y también se tomó su tiempo antes de anunciar que se iría a las urnas.

Elegido presidente por el Rey, un año antes, el abulense de Cebreros no dudó antes de convocar elecciones en viajar a México y a Estados Unidos para conectar con los últimos vestigios del republicanismo español en el exilio, y, sobre todo, recibir el espaldarazo de Jimmy Carter. El cual deseaba que España se convirtiera en una Monarquía Constitucional.

La labor de Suárez, por inconmensurable, produce a veces la sensación de que pocas personas están capacitadas para valorarla en su medida. Seamos sincero: España era en 1977 una olla de presión y el presidente estaba circundado por un campo de minas.

Si cogía el camino de la derecha, se encontraba con Carlos Arias Navarro, que nunca dejó de llorar la muerte de Franco, y Manuel Fraga. Ambos envueltos en la bandera nacional y dando mítines favorables a Alianza Popular.

Si decidía darse un garbeo por la vereda de la izquierda comunista, allá que se topaba con Carrillo y la Pasionaria, rodeados de banderas con la hoz y el martillo y los sindicatos jaleando ya las posibilidades de ser tan influyentes o más que los partidos que se iban a legalizar.

Si se adentraba por la senda del PSOE, cuando aún no había renegado del marxismo, aparecía la figura de Felipe González dispuesto a hacerse con las riendas del poder cuanto antes.

Y para qué decir si a nuestro hombre se le ocurría viajar por la periferia: allí lo único que podía hallar es a catalanes, gallegos y vascos convencidos de que gozaban de la historia más importante de España y por ello debían ser distinguidos como comunidades de rango superior. Es decir, que un tío que había nacido, por ejemplo, en Lequeitio, presumía de tener más raíces y trayectorias históricas que cualquier castellano, asturiano o andaluz.

Y, por si fuera poca la tarea de un presidente que en cuanto abría la boca ya había millones de españolas dispuestas a decir ole, su partido, la coalición UCD, estaba compuesta por un grupo de personajes heterogéneos, clasificados en tendencias distintas y agrupados en familias diversas. Nada extraño, pues, que la izquierda dijera, entonces, que una gran mayoría de los candidatos de la UCD y de Alianza Popular eran perfectamente intercambiables. E incluso se dio el caso de políticos que se negaron a hacer campaña junto a algunos compañeros de lista. Caso de Enrique Larroque y sus liberales.

Con semejante panorama, y con un País Vasco tomado por el terrorismo, y secuestrado Javier de Ybarra, y con los muchachos de Fuerza Nueva tratando de hacerse notar, y con una parte del Ejército y la Policía mirando con aversión lo que estaba ocurriendo, Suárez eligió el día de san Vito para que se celebraran las primeras elecciones democráticas, después de cuarenta años oscuros. ¡Qué valor!... Pena da que tan grande hombre esté in albis. Aunque tal vez sea lo mejor para que no vea que estamos aún en la Transición...
 

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