Juan Vivas, tal vez en un
rapto de su reconocido cachondeo, parece ser que hizo el
consiguiente comentario al compañero de turno que le estaba
alertando negativamente acerca de un tipo que se ha pegado a
él -a JV, claro es- y lo acompaña incluso a la hora de
recoger parabienes por la ciudad.
La respuesta del presidente fue más o menos así: “¿También
queréis quitarme que goce a veces de la compañía de un
tonto?... Aunque a éste, por más que lo intento, ya me
resulta imposible quitármelo de encima”.
Arsa, pilili, ele un presidente con gracia y arrestos,
hubiera dicho el maestro Jaime Campmany. A propósito:
ayer fue aniversario de su muerte. Dos años llevamos ya sin
gozar de la genialidad de una pluma especializada en hacer
de la ironía un arma capaz de tener a los necios en perpetuo
estado de alerta.
Aun así, es decir, a pesar de que la contestación de Juan
Vivas fue muy acertada, éste sabe perfectamente que los
tontos no son ni buenos ni agradecidos. Y, por lo tanto,
bien haría en no perderle la cara a alguien a quien
Andrés Domínguez tacha de emboscado y de sepulcro
blanqueado.
A mí, en cambio, se me ocurre tildarlo de vivales, de
listillo y de escribir cual si fuera cura de almas. Aunque
tan mal que hasta los curas debieran intervenir para decirle
que procure no ponerlos en semejante ridículo.
Así, se me viene a la memoria lo que decía el Cardenal
Vicente Tarancón: “Cuando hablo con un político, lo que
quiero es encontrarme con un político, no con un obispo de
otra Iglesia que se empeñe en explicarme cómo debemos
nosotros dirigir la nuestra”.
Suelo yo tener la buena costumbre de leer a todos los que
escriben. Si bien luego, en algunos casos, no dudo en
ponerme la penitencia adecuada. Y no entiendo por qué el
asiduo acompañante de Juan Vivas se empeña en contarnos su
cuento del alfajor diario con hechuras de estar subido en un
púlpito.
Da la impresión de que el hombre quiere demostrarnos que sus
homilías son un dechado de perfección y que día llegará en
que alguien de la Iglesia ordene que todas ellas sean
recopiladas y expuestas como ejemplos.
El sujeto del cual escribo, amén de creer que está
autorizado para dar fe de quienes pueden ser considerados
ceutíes o no, también se arroga facultades para destacar
quién es padre amantísimo y esposo ejemplar; qué mujer
demuestra las razones por las que su marido es un gran
hombre; o cómo es el verdadero prototipo de español, etc.
El individuo a quien me estoy refiriendo es alguien que
escribió no ha mucho que se había afiliado a un partido
cuando éste perdió las elecciones. O sea, que si le hacemos
caso a este predicador, resulta que en Ceuta no Gobierna el
Partido Popular.
Este predicador, dedicado cada día a decirnos de qué manera
debemos comportarnos los católicos y recordarnos a cada paso
nuestras obligaciones, es capaz de vibrar con los insultos
que una periodista dedicaba al delegado del Gobierno. Y lo
contaba con una naturalidad pasmosa. Una naturalidad que
para sí quisiéramos quienes pecamos diariamente y sin
embargo apenas pisamos la Casa de Dios.
Ahora, en los últimos tiempos, no ceja de propalar que él
sabe todo lo que piensa Juan Vivas. Como si el presidente lo
tuviera considerado como uno de aquellos validos que
surgieron al final de los Austrias. Una especie de Duque de
Lerma. Un amigo íntimo y eficaz que le está ayudando a la
formación del nuevo Gobierno.
A ver el día que al presidente se le ocurre aconsejarle al
valido lo bien que le vendría hacer pública las cuentas de
la institución que lleva presidiendo desde que Boabdil
lloró en Granada.
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